9 de agosto de 2021: 69 aniversario de su fallecimiento.
Creo que existe un «dilema del artista». Lo mismo le pasa a los políticos. Un debate interior entre lo que piensa que debe hacer según su creatividad, y lo que puede gustarle a los demás, sea éste el «público» o el mandamás de turno. Stalin y la dirigencia soviética querían una música «que la gente pueda silbar o tararear al culminar el concierto». Si bien Shostakóvich nunca renunció a querer hacerse entender, tampoco renunció a sus fantasías e innovaciones. Quiso ser un hombre libre, un artista libre, pero no pudo lograrlo. Solamente pudo ser el más grande músico, pero a cambio de no ser el más libre.
Dmitri Dmítrievich Shostakóvich nació en la ciudad de San Petersburgo (luego denominada Leningrado, y en la actualidad nuevamente San Petersburgo) el 25 de septiembre de 1906. Fue el segundo de los tres hijos de un padre físico y matemático y una madre ama de casa, amante de la música, de la que recibió sus primeras lecciones de piano a los 9 años de edad. Fue admitido en el conservatorio de Petrogrado (que así se llamó su ciudad en el periodo 1914-1924), que en algún momento fue dirigido por el célebre compositor Aleksandr Glazunov. Sus primeras composiciones revelaron su enorme talento musical, aunque en ese momento estaba muy influenciado por la música de Igor Stravinski y Serguéi Prokófiev. En 1926, año de su graduación, pudo estrenar su Primera Sinfonía, que llamó la atención de grandes músicos del momento, aunque ese año reprobó su examen de metodología marxista. En 1927 el gran director alemán Bruno Walter estrenó la obra en Berlín y al año siguiente Leopold Stokowski la dirigió en Filadelfia. Con la Segunda (subtitulada Octubre) y la Tercera sinfonías, ambas con incursiones hacia una composición más experimental, no tuvo tanto éxito como con la primera. La Segunda era una obra patriótica con un final coral claramente prosoviético. A partir de la Cuarta Sinfonía la música de Shostakóvich revela influencias de la de Gustav Mahler y de otros músicos experimentales.
Digresión 1:
Mientras daba los toques finales a la Primera, Shostakóvich se ganaba la vida tocando el piano en funciones de cine mudo y empezaba a escribir una ópera satírica, que tituló La Nariz, basada en una historia de Nikolai Gógol, que se estrenó en 1930. En su relato, Gogol narraba la historia de un burócrata que un día despierta y se da cuenta de que le falta la nariz. En forma satírica y con elementos vanguardistas y experimentales, Shostakóvich aprovechó para burlarse con agudeza de la burocracia soviética. En la ópera hay un epílogo en el que el burócrata dice «esto fue solo una pesadilla, pero la realidad es mucho peor». Eran tiempos de la NEP (Nueva Política Económica), cuando en la URSS se había abierto una luz de creatividad fresca y libre para la cultura, pero que duró poco tiempo. La ópera tuvo éxito entre el público pero fue criticada por la Asociación de Músicos Proletarios de Rusia. Fue una primera advertencia.
A comienzos de la década del ’30 Dmitri comenzó una ópera, Lady Macbeth de Mtsensk, que se estrenó con gran éxito en 1934. Las publicaciones oficiales la describieron como «el resultado de un éxito de la construcción socialista y de la política correcta del partido que solo la podría haber escrito un compositor soviético educado en la mejor tradición de la cultura soviética». El mismísimo Máximo Gorki la llamó «el primer drama musical ruso, una obra a la altura de Shakespeare». Pero en la noche del 26 de enero de 1936 el teatro recibió con honores la visita del camarada Stalin, acompañado por Viacheslav Molotov, el temible Andrei Zhdánov y el eterno Anastas Mikoyan. Después de la función, Stalin y sus seguidores se fueron sin hablar con nadie. Shostakóvich estaba aterrorizado, especialmente cuando veía a Stalin estremecerse cada vez que los metales y la percusión sonaban demasiado fuertes. El título del comentario del diario Pravda del día siguiente no dejó dudas: «Caos en vez de música», y se quejaba de que la música era «deliberadamente disonante y confusa, y donde se grazna, y hay gritos y jadeos. El compositor ha utilizado la música nerviosa, espasmódica e histérica del jazz para reflejar las pasiones de su héroe… Pero este juego puede terminar muy mal». Esto fue la segunda advertencia y la señal que desató una campaña nacional de críticas y reclamos, aun de los que antes habían alabado su música. A partir de ese momento, Shostakóvich dormía vestido, con una maleta con ropas y artículos de higiene bajo la cama, esperando su arresto, su juicio y su condena.
Digresión 2:
Lady Macbeth de Mtsensk se estrenó en 1934 y fue representada con éxito en la URSS con 83 funciones en Leningrado y 97 en Moscú. También fue exitosa en Londres, Zurich, Copenhague, Estocolmo, Praga, Filadelfia, Cleveland y Nueva York. Pero después de la visita de Stalin fue inmediatamente retirada del cartel en la URSS y no volvió a ser representada en 26 años.
¿Qué fue lo que ofendió tanto a Stalin? ¿La burla que se hacía del poder de la policía? ¿El coro de los convictos del acto final? ¿O era una segunda advertencia para que el compositor supiera que debía aceptar ser un rehén del sistema? El mismo Shostakóvich describió su situación diciendo que «sientes miedo cuando abres un periódico y en él dice que eres un enemigo del pueblo y no hay forma de que puedas aclarar el entuerto, nadie quiere escucharte… He tenido a menudo ese sueño» (citado en la revista colombiana Tema8 de julio de 2013).
La Cuarta Sinfonía, que debía estrenarse en diciembre de 1936, fue retirada de la programación y solamente pudo conocerse en 1961. A partir de ese momento, también fueron advertidos el escritor Mijail Bulgákov, el cineasta Serguéi Einsestein y el director de teatro Vsévold Meyerhold. En esos tiempos se exiliaron otros artistas, como Serguéi Rachmaninov, Serguéi Prokofiev, Vassily Kandinski, Marc Chagall, Vladimir Horowitz, Jasha Heifetz, y Nathan Milstein entre otros. Sin embargo Schostakóvich siguió componiendo, aunque tomando precauciones. Por eso compuso la música de varias películas soviéticas, la mayor parte sin demasiada trascendencia, aunque fue importante la música para la película Hamlet, dirigida por G. Kózintsev. Y en 1961 estuvo nominado al Oscar por la banda sonora de la película Jovánschina, de V. Stróieva. Después de la Quinta Sinfonía, musicalmente más conservadora, subtitulada Respuesta de un compositor soviético a una crítica justa, pareció que el régimen le perdonaba sus «errores pasados». Un artículo de Pravda lo felicitó por «no haber cedido a las tentaciones seductoras de sus formas erróneas anteriores». Shostakóvich estaba en Leningrado desde 1937, de modo que vivió el asedio a la ciudad por parte del ejército alemán. En medio de una ciudad semidestruida, comenzó a escribir su Séptima Sinfonía, que luego se conocería como Leningrado. Fue presentada como la representación de la valiente resistencia del pueblo soviético, una muestra del verdadero arte soviético, en momentos en que se necesitaba levantar la moral del país.
Digresión 3:
En 1941 Shostakóvich estaba en Leningrado comenzando la Séptima Sinfonía cuando comenzaron los bombardeos nazis sobre la ciudad, de la que después de 900 días de sitio y de más de 750.000 muertos civiles solo quedaron algunos edificios en pie. Todos los importantes artistas fueron evacuados de la ciudad pero Shostakóvich dijo que él no se iría, él era comunista, y pidió que lo enrolaran en el ejército. Cuando se negaron a hacerlo, pudo obtener un lugar en la «Fuerza especial de reacción contra incendios», se hizo bombero. Pero la obra fue terminada, asombrando con una instrumentalización monumental, del estilo de Wagner. A los pocos meses se estrenó en Moscú, y poco después en Nueva York donde la dirigió Arturo Toscanini, y en Londres, en Estocolmo, y hasta en México, gracias al esfuerzo del maestro César Chávez. El éxito de la obra hace pensar que tocó una fibra ética muy sensible, y la obra se transformó en una especie de himno universal contra la agresión nazi. La importancia de la obra la dio el propio Goebbels, cuando la definió como una «larga mierda del bolchevismo judío». También se estrenó en Leningrado en pleno asedio, cuando el hambre hacía que los sobrevivientes se comieran los perros, los gatos, los caballos y hasta la misma basura. El director de la orquesta de la ciudad, Karl Eliasberg, convocó a los músicos sobrevivientes para interpretar la Séptima, pero apenas pudo reunir a quince famélicos músicos que a pesar de todo pudieron interpretar la obra. El 9 de agosto de 1942 se habían puesto altavoces por toda la ciudad, de manera que los habitantes pudieran escucharla y elevar su moral.
En 1943, de vuelta en Moscú, fue comisionado para presentar una nueva sinfonía, la Octava, que debía representar el espíritu valiente del Ejército Rojo que había ganado en el sitio de Stalingrado y revertido el curso de la guerra. Pero la composición resultó ser una de las más oscuras y violentas producidas por el compositor. Los ingeniosos propagandistas del régimen dijeron entonces que era por el luto de la URSS por los miles de muertos de la sangrienta batalla. Pero no dejó de señalarse la obra como contrarrevolucionaria, y que esa música trágica, cuando las tropas soviéticas estaban avanzando haciendo retroceder a los alemanes, colocaba a Shostakóvich del lado de los fascistas. La obra, sin haber sido prohibida, dejó de representarse hasta 1956. El remedio fue la Novena, de 1945, una sinfonía que el compositor y crítico Gavriil Popov, después denunciado como parte de los «formalistas» Porkófiev y Aram Jachaturian, dijo que era «espléndida en su alegría de vivir, colorido, brillantez y mordacidad». En 1947, Shostakóvich fue nombrado diputado del Sóviet Supremo de la URSS.
Digresión 4:
En 1948 el secretario del Comité Central del partido Comunista, encargado del control ideológico del partido, hizo aprobar una resolución a propósito de una ópera de Vanó Muradeli titulada La gran amistad. Aunque ni el compositor ni la obra eran demasiado importantes, en la resolución se descalificaban específicamente a Shostakóvich, Prokófiev y Jachaturián, a quienes se exhortaba a arrepentirse públicamente de sus errores. Se decía que «no podemos permitirnos una música con tal lenguaje abstracto, con su continuada representación de ideas y sentimientos ajenos al arte realista… no podemos permitir la proliferación de sus espasmos expresionistas, sus cuadros neuróticos, repugnantes y patológicos». Esta fue la tercera advertencia, y Shostakóvich cambió. En 1949, se realizó en la ciudad de Nueva York el Congreso Panamericano para la Cultura y la Paz Mundial, convocado por el National Council of Arts, Sciences and Professions, una institución de la izquierda estadounidense. La Unión Soviética envió una delegación, y Shostakóvich fue uno de los representantes más conspicuos. Participó en una conferencia de prensa en la que leyó un discurso, posiblemente escrito por alguno de los comisarios políticos que vigilaban a los participantes rusos. Dmitri estaba tan nervioso y tembloroso que otro delegado tuvo que terminar de leerlo. Un compositor ruso exiliado le preguntó si estaba de acuerdo con la denuncia que hizo un editorial sin firma de Pravda de la música de Hindemith, Schöenberg e Ígor Stravinski, como «oscurantista, formalista, burguesa y decadente», a lo que Shostakóvich no tuvo más remedio que decir que sí, «estoy totalmente de acuerdo con las declaraciones de Pravda», aunque todos sabían que siempre había admirado a Stravinski y que su música había ejercido una gran influencia en su obra.
Cuando en 1953 murió Stalin, Shostakóvich se sintió aliviado. Compuso su Décima Sinfonía, que inmediatamente se convirtió en una de las más populares de su obra. Ese mismo año pudieron estrenarse varios trabajos que habían estado guardados por el temor de que fueran prohibidos por el régimen. Sin embargo, en 1960 se anunció que Dmitri se había afiliado al partido Comunista. En realidad, había sido elegido para presidir la Unión de Compositores Soviéticos, carga que solamente podía ejercer un miembro del partido. Además, Shostakóvich se comprometió a escribir una nueva sinfonía, la Duodécima, un homenaje a Lenin que se conoció como El año 1917. En momentos en que la atmósfera política y represiva parecía menos tensa, en 1965 se unió a otros artistas como el cuestionado poeta Yevgueni Yevtushenko, Anna Ajmátova cuyo hijo y esposo habían sido asesinados en el gulag, y Jean-Paul Sartre, en defensa del escritor ruso judío Joseph Brodsky, que había sido sentenciado a cinco años de exilio con trabajos forzados. Después de estas protestas, y del reclamo de muchos artistas del mundo, la sentencia de Brodsky fue conmutada. En 1969 estrenó la Decimocuarta Sinfonía dedicada al compositor y director inglés Benjamín Britten, y en 1971 la Decimoquinta, melódica y con recuerdos de Wagner y Rossini. Durante los últimos años de su vida sufrió varias enfermedades, y el 9 de agosto de 1975 murió, a los 69 años de edad, víctima de un cáncer de pulmón. Era sábado, y al día siguiente los medios de todo el mundo dieron la noticia y realizaron sentidos homenajes al más grande compositor ruso del siglo XX. El diario oficial Pravda recién publicó la noticia del fallecimiento el martes 12, en su página 3, la misma en donde se había publicado el famoso artículo «Caos en vez de música» en 1936.
¡Qué dificil era sobrevivir en esos tiempos! Resumamos el ciclo de Shostakóvich: al principio, quiso narrar con su música las esperanzas iniciales del socialismo, sufrió y retrató la barbarie nazi y el Holocausto, creyó con mayor o menor entusiasmo los vaivenes políticos de la Unión Soviética, fue testigo y víctima del terror estalinista, pero sobrevivió a todo. El escritor inglés Julian Barnes, el celebrado autor de El loro de Flaubert, publicó en 2016 una novela titulada El ruido del tiempo (Anagrama, Barcelona 2016), una biografía novelada de Dmitri, retratado como «un personaje equilibrado, dispuesto a entregarse a su arte pero también a sobrevivir, a defender sus obras, pero también a modificarlas; a interpelar al poder pero también a someterse… (porque) en la Rusia de Stalin sólo habría dos clases de compositores: los que estaban vivos y asustados y los que estaban muertos». El enorme vilonchelista y director Mstislav Rostropovich retrató así a Shostacóvich: «Siempre creí que acabaría surgiendo alguien en la literatura o en la pintura cuya obra habría de transmitir los horrores y las pesadillas de nuestro tiempo, del mismo modo que Goya consiguió aprehender la España de su tiempo; ese hombre no fue un pintor sino un compositor: Dmitri Shostakóvich».
Digresión 5:
Una pequeña coda, que no deja de ser importante en la música de Shostakóvich: el cine formó parte de su vida. Como ya señalamos, desde muy joven se ganó la vida tocando el piano e improvisando en los pobres cines de la época del cine mudo ruso. Después, compuso música para 36 películas, una de las cuales, la adaptación fílmica de Jhovantchina de Moussorgsky nominada al Oscar por esa música en 1961, o la que compuso para la película El tábano, de 1955, uno de los movimientos de su suite «Romance» fue usado como tema de una serie de la televisión norteamericana. También el director estadounidense utilizó la Suite para orquesta de variedades de Shostakóvich como banda sonora de parte de su película Ojos bien cerrados, de 1999. Otras 130 películas de muchos países usaron también la música de Shostakóvich.