31 de julio de 2021: 107 aniversario de su asesinato.

Es difícil encontrar una ciudad de Francia que no tenga una calle llamada Jean Jaurès. Yo mismo viví en la calle Jean Jaurès de Buenos Aires, en el número 449. Con la arbitrariedad y la ignorancia que seguramente tenían los funcionarios municipales de la época, en 1949 o 1950, expulsaron a Jaurès de mi calle y lo sustituyeron con el nombre de un político conservador argentino, Norberto Quirno Costa. Fue una gran alegría para mí que la calle volviera a llamarse Jean Jaurès unos años después, aunque no recuerdo qué autoridad municipal ni en qué año tuvo el buen criterio de restablecer el prestigio de la calle.

Auguste Marie Joseph Jean Léon Jaurès nació en Castres, en la región del Mediodía-Pirineos, cerca de la ciudad de Toulouse, el 3 de septiembre de 1859. Proveniente de una familia de la pequeña burguesía, desde pequeño destacó por su inteligencia. Ingresó en la Ecole Normal Superieur de París en 1878, donde estudió filosofía. Fue el número tres en las oposiciones para cubrir la cátedra de esa materia en 1881, siendo el primero alguien que no pasó a la historia y el segundo el que sería el filósofo Henri Bergson. En la facultad de letras de la universidad de Toulouse fue profesor al año siguiente. Para obtener su doctorado, presentó dos tesis. La primera se titulaba La realidad del mundo sensible, y la segunda Los orígenes del socialismo alemán. Atraído ya por la política, fue elegido diputado por los republicanos en 1885. Durante este primer mandato, luchó en favor de las primeras leyes sociales, como la libertad sindical y los planes de jubilación para los obreros, mostrándose como un reformista republicano, partidario de la alianza entre la clase obrera y la pequeña burguesía. En las siguientes elecciones de 1889 fue derrotado por el candidato del partido monárquico. Se dedicó entonces a sus clases de filosofía, hasta que en 1892 estalló una huelga en las minas de Carmaux.

Digresión 1:

Carmaux era una zona minera, propiedad del marqués de Solages, que era el monárquico que había derrotado a Jaurès en las elecciones. El alcalde de la ciudad, Jean Baptiste Calvignac, era también el dirigente de los mineros, y en 1892 fue despedido por Solages, con la excusa de que Calvignac faltaba al trabajo para cubrir sus tareas como alcalde de la ciudad. Frente a esta descarada agresión, los obreros de la mina se declararon inmediatamente en huelga. Para impedir la revuelta, el gobierno envió un contingente de 1.500 soldados. Pero ante la amenaza de un grave enfrentamiento, los ciudadanos se movilizaron y buscaron a Jean Jaurès para que mediara en el conflicto. El resultado fue que el temeroso gobierno republicano se inclinó por la posición de Jaurès y de los obreros, y Solages renunció a su banca de diputado. Jaurès fue elegido por los obreros para reemplazarlo. Esa pequeña muestra de la lucha de clases, sirvió para que Jaurès dejara de lado de republicanismo burgués y se convirtiera en líder obrero y socialista.

Durante este segundo mandato, Jaurès se destacó en la defensa de los intereses de los obreros y sus luchas. Además, se involucró directamente en la defensa del capitán Alfred Dreyfus, el militar judío alsaciano acusado en 1894 injustamente de espionaje en favor de los alemanes. Aunque la mayoría de los socialistas estaba en favor de Dreyfus, el partido no era sino una coalición de grupos y partidos cuyas ideas no estaban unificadas. El grupo marxista ortodoxo estaba liderado por Jules Guesde, que consideraba a Dreyfus un oficial del ejército de la burguesía, y que por lo tanto no era un tema prioritario para los socialistas. Jaurés, en cambio, creía que se trataba del caso de un hombre acusado injustamente y que los socialistas debían oponerse a cualquier injusticia sin importar las diferencias de clase. Era evidente que para Jaurès el socialismo era, como afirma Lazek Kolakowski, «una apasionada exigencia moral, una nueva y más perfecta expresión de la eterna sed de justicia, unidad y amor fraternal del hombre… el socialismo era esencialmente una cuestión de valores morales y humanos, un ideal al que la humanidad había aspirado más o menos conscientemente a través de los tiempos» (Las principales corrientes del marxismo, T. II, p. 119, Alianza Universidad, Madrid 1982).

Digresión 2:

El affaire Dreyfuss dividió profundamente a la sociedad francesa. Los discursos y artículos de Jaurès sobre el tema, y los de Emile Zola y otros, eran seguidos por centenares de miles de obreros e intelectuales. En el Parlamente, la cólera desatada de Jaurès abrumó al anti-deyfrusiano Méline, que acababa de recuperar protagonismo político con una cartera en el «gran» ministerio de Aristide Briand, que se decía socialista: «¿Sabe usted qué es lo que nos consume? Voy a decírselo bajo mi propia responsabilidad: desde el inicio de este asunto todos morimos por las medias disposiciones, por los silencios, por los equívocos, la mentira y la cobardía. Sí: por los equívocos y la cobardía». «Jaurès no hablaba –dijo Reinach–, tronaba con el rostro encendido, alzando las manos hacia los ministros que protestaban mientras la derecha aullaba.» «Y Jaurès tenía razón, escribirá Rosa Luxemburg, el asunto Dreyfus había despertado todas las fuerzas reaccionarias latentes en Francia. El militarismo, ese viejo enemigo de la clase obrera, se había mostrado de cuerpo entero, y había que dirigir todas las lanzas contra ese cuerpo. Por primera vez se convocó a la clase obrera a combatir en una gran batalla política. Jaurès y sus amigos condujeron a la clase obrera a la lucha, abriendo así una nueva era en la historia del socialismo francés».

En un discurso de 1903 Jaurès dijo: «el valor es buscar la verdad y decirla, es no sufrir la ley de la mentira triunfante que pasa, y no hacerse eco, con nuestra alma, con nuestra boca y con nuestras manos de los aplausos imbéciles y de los abucheos fanáticos». Jaurès participó en la fundación de la SFIO (Section Française de l’International Ouvrière) que, bajo la presión de la II Internacional socialdemócrata, unificó todas las tendencias del socialismo francés, y en 1904 fundó el periódico L’Humanité.

Digresión 3:

En 1920, el socialismo francés SFIO sufrió la ruptura de lo que fue el partido Comunista, que adhirió a las propuestas de la II Internacional creada por la URSS. El periódico fundado por Jaurès pasó a manos del nuevo partido, convirtiéndose en su órgano oficial, y se mantiene hasta el presente, en medio de graves problemas económicos.

Durante la primera década del siglo XX, Jean Jaurès se convirtió en la figura moral más poderosa de la República Francesa. Cuando intervenía en el Parlamento, su figura se engrandecía aún más, y su voz hacía temblar a los sectores poderosos y retrógrados del país. Su mayor preocupación era el peligro de una guerra que a todos les parecía inevitable y hasta beneficiosa. Oponerse era estar en el bando de los antipatrióticos, de los antinacionales. En el mundo político francés, casi nadie más que Jaurès levantó su voz contra el disparate de la guerra. En el mundo de habla alemana uno de los pocos que tuvieron la misma posición fue Albert Einstein. En un famoso discurso pronunciado en la ciudad de Lyon, en 1914, pocos días antes de su asesinato, Jaurès culpó de la «situación terrible» que vivía el país a «la política colonial de Francia, la política hipócrita de Rusia y la brutal voluntad de Austria». Desde antes, Jaurès venía anticipando que la guerra del futuro sería aquella en la que se desembocaría en la creación de un ejército de masas, y en la que intervendrían todos los ciudadanos. Pocos días antes de su asesinato, Jaurès había dicho en su discurso de Lyon que «sólo existe una posibilidad para mantener la paz y salvar la civilización ahora que nos amenaza el crimen y la barbarie. Y es que el proletariado reúna todas sus fuerzas, a todos sus hermanos, y que todos los proletarios franceses, ingleses, alemanes, rusos…, a todos estos miles y miles de hombres a los que nosotros pedimos que se unan para que el latido unánime de sus corazones impida la horrible pesadilla». Aunque la prédica pacifista de Jaurès era bien recibida por amplios sectores de la población, la derecha nacionalista lanzaba oleadas de insultos, amenazas de muerte y provocaciones contra el líder socialista. El 31 de julio de 1914, tres días después del estallido de la Primera Guerra Mundial, mientras Jaurès almorzaba en una mesa junto a la ventana del bistró en el que acostumbraba a comer para discutir su próximo artículo que publicaría en L’Humanité , el fanático Raoul Villiain lo asesinó disparándole dos balas a través de la ventana. Jaurès tenía 54 años. Al difundirse la noticia del asesinato, el pueblo de París salió a las calles, bajo una consigna: «Pour quoi ont-ils tué Jaurès?»(¿Por qué mataron a Jaurès?), palabras bellamente rescatadas en la canción que años después compuso en honor a Jaurès el cantante Jacques Brel.

Digresión 4:

Raoul Villiain, reconocido por sus amigos de la Action Française, el grupo nacionalista de Charles Maurràs, como «un patriota», fue apresado y juzgado. Fue condenado a una pena leve, pero salió absuelto el 29 de marzo de 1919, cuando un nuevo jurado revocó la decisión. Anatole France dijo entonces que se trató de «un veredicto monstruoso que proclama que su asesinato no es un crimen». Poco después, en 1920, Villiain fue aprehendido por traficar con dinero falso, pero tuvo la misma buena suerte que cuando el magnicidio de Jaurés. El tribunal consideró que dado su estado mental bastaba una multa de 100 francos. Apenas estuvo en libertad huyó de la ciudad y de Francia. Nadie supo donde se ocultaba, hasta que se descubrió que en 1932 estaba viviendo en la Isla de Ibiza, en España. Durante la guerra civil española la isla fue bombardeada varias veces y las viviendas de los habitantes fueron destruidas en su mayoría, salvo aquella en la que habitaba el asesino de Jaurès. Pero un día de septiembre de 1936 la casa que se había salvado de las bombas fascistas se derrumbó misteriosamente. Y entre los escombros encontraron el cadáver de Villain.

Digresión 5:

Como era costumbre a principios del siglo pasado, las grandes personalidades de la política, de la academia y de la ciencia realizaban giras por diferentes países, ofreciendo conferencias para exponer sus ideas, a la vez que les servía para conocer aspectos de la realidad que en muchos casos desconocían. Después de visitar Brasil y Uruguay, Jean Jaurès desembarcó en Buenos Aires, en septiembre de 1911, invitado al parecer por el jefe del partido Socialista argentino, el Dr. Juan B. Justo. Serán seis las conferencias de Jaurès, a las que asisten los más renombrados intelectuales argentinos, y algunos sorprendentes políticos, como el ex presidente argentino Julio A. Roca y quien fuera su vicepresidente y correligionario Norberto Quirno Costa, el sucesor de la calle Jean Jaurès, la calle en la que yo viví desde mi niñez hasta mi adolescencia.

JEAN JAURÈS
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