21 de septiembre de 2020: 154 años de su nacimiento.

Wells es otro ejemplo de polímata (que el Diccionario de la RAE define como la “persona con grandes conocimientos en diversas materias científicas y humanísticas”, y que ya apuntamos en nuestra nota sobre Boris Vian). “Soy un periodista, no un artista” solía decir para describirse. Pero fue el hombre que inventó el futuro, como se lo llamó. Un intelectual omnívoro, de insaciable curiosidad. Resultado de esa curiosidad, Wells escribió 40 novelas, varios ensayos sobre problemas sociales y filosofía, dos historias mundiales, tres libros para niños, su autobiografía y una multitud de artículos publicados en diarios y revistas sobre temas diversos. Desde 1895 hasta su muerte en 1946, publicó uno y hasta dos o tres libros al año, sin faltar ninguno.

Herbert George Wells nació el 21 de septiembre de 1866 en la localidad de Bromley, un municipio de Londres. Fue el tercer hijo varón de una familia de sirvientes de aristócratas que, con grandes sacrificios, llegaron a poseer un pequeño comercio que apenas les servía para sobrevivir. Aunque tuvo una educación elemental, a los 18 años ganó una beca para estudiar biología en la Escuela Normal de Ciencias, en la que tuvo como maestro a T. H. Huxley, el biólogo y filósofo darwinista miembro de la Royal Society, que tuvo una gran influencia en la formación intelectual en su joven discípulo. Wells se graduó en la London University en 1888 como profesor de ciencias. Su primer libro publicado fue un Manual de Biología, en 1893. Pero poco después, en 1895, descubrió una nueva afición, la literatura fantástica, con La máquina del tiempo, que tuvo un éxito inmediato y con la que inauguró una serie de ciencia ficción que continuaría luego con El hombre invisible (1897), La guerra de los mundos (1898), Los primeros hombres en la Luna (1901) y La comida de los dioses (1904).
Paralelamente, escribió y publicó varios libros de cuentos y otros que le valieron el apodo de “profeta del futuro”, con libros como La isla del doctor Moreau de 1896, en la que advierte el peligro de la manipulación genética, o como La guerra en el aire (1908) en la que anticipaba el posterior desarrollo que tendría la aviación en el terreno militar, como realmente aconteció en la guerra de 1914-1918.

Digresión 1:

Al igual que Julio Verne, predecesor en el género de la ciencia ficción, Wells describió armas como el tanque, la invención de un científico alemán de una “bomba atómica” (así la llamó en la novela de 1914 The World set Free) así como los viajes espaciales, el aire acondicionado y la televisión. También describió una especie de internet primitivo y propuso una anticipada wikipedia o enciclopedia universal. Y fue un convencido promotor de la liberación sexual (de la que fue un ejemplo en su vida personal) y de la liberación de la mujer. También abogó por la unidad europea y hasta llegó a promocionar la construcción de casas prefabricadas, inexistentes hasta entonces, como solución al eterno problema del hacinamiento de la clase obrera en las grandes ciudades.

Muchos estudiosos de la obra de Wells destacan que en el fondo de su inventiva prodigiosa subyace una profunda preocupación por la humanidad y la sociedad, que pronto pasaron a ocupar el lugar fundamental de su pensamiento y de su literatura, basados en el socialismo y la doctrina del progreso social. Vivía obsesionado por la idea de la necesidad de lograr una comunidad internacional global, racional y científicamente organizada, en la que la guerra, la pobreza y la enfermedad fueran cosas del pasado. Hasta lanzó la idea de una “Declaración Universal de los Derechos Humanos” mucho antes de que las Naciones Unidas adoptaran recién en 1948 una idea similar. Fue un pacifista militante, aunque cuando en 1914 el mundo se encaminaba hacia la primera Guerra Mundial se declaró a favor de declarar la guerra a Alemania (en un artículo publicado por el New York Times el 5 de agosto de ese año, escribió: «No hubo nunca una guerra tan justa como esta guerra contra Alemania… Por eso yo, con mi proclamado horror a la guerra, no firmé ninguno de esos llamamientos de ‘paren la guerra»).

Muchas de sus novelas pueden clasificarse como “novelas sociales”, al estilo de Charles Dickens, como Ann Verónica, en la que hizo una enfática defensa de los derechos de las mujeres o Tono Bungay de 1909, una furibunda crítica de la hipocresía de la sociedad inglesa, del capitalismo y de la religión. Wells fue desde su juventud un socialista convencido. Fue miembro de la Sociedad Fabiana, antecedente del Partido Laborista, un grupo que predicaba el socialismo reformista, fundado en 1884 por los economistas Sidney y Beatrice Webb, y entre cuyos miembros destacaban George Bernard Shaw y Bertrand Russell. Como socialista, creía que la humanidad se salvaría con el aporte de la ciencia y la educación (escribió que “la civilización es una carrera entre la educación y la catástrofe”), aunque en la última etapa de su vida se fue convirtiendo en un pesimista, pensando que la humanidad no tenía salvación, y ese pesimismo se reflejó también en sus novelas y escritos de madurez, como en El destino del homo sapiens de 1939 y en La mente a la orilla del abismo de 1945. Como historiador, Wells publicó dos obras de divulgación: una entretenida Breve historia del mundo y un Esquema de la historia universal, obra de la que se vendieron más de dos millones de ejemplares y se tradujo pronto a más de una docena de idiomas (Mussolini prohibió la venta de estos libros en Italia, porque se desentendían de los relatos bíblicos del origen del mundo y se basaban en los principios del socialismo científico). Como periodista pudo entrevistar a personalidades como Franklin Delano Roosevelt, Vladimir Lenin y Josif Stalin.

Digresión 2:

Wells se entrevistó con Stalin en Moscú en 1934. En su autobiografía afirma que fue a la entrevista con la convicción de que iba a encontrarse con un “montañés georgiano”, despiadado y duro, tal vez influenciado por la lectura de la autobiografía de Trotski y la descripción que hace allí de las características del dirigente soviético.

Sin embargo, al entrevistar a Stalin cambió de opinión. “Nunca he conocido a un hombre más franco, justo y honesto y a estas cualidades se debe su enorme e indiscutible influencia en Rusia. Antes de verlo, pensaba que podría estar donde estaba porque los hombres le temían, pero me doy cuenta de que debe su posición al hecho de que nadie le teme y todo el mundo confía en él”. Claro, esto fue escrito antes de las purgas de 1937y 1938 .Fue una entrevista en la que se tocaron varios temas, y hasta tuvo momentos de tensión, como cuando Wells hizo notar que en la URSS los escritores no tenían libertad de publicar sus ideas. Cuando Stalin le habló de la división en el mundo entre ricos y pobres y de que en la sociedad socialista los intereses individuales se sometían a los colectivos, Wells le objetó diciendo que en el mundo existía también una clase media predispuesta a luchar por el socialismo, por lo que el antagonismo entre ricos malos y pobres buenos le sonaba “disparatado” porque gente de distintas clases podía coincidir en un mismo objetivo. Y remachó su posición agregando: “tengo la impresión de que mi posición es más izquierdista que la suya, señor Stalin” Para leer la interesante entrevista completa en castellano, ver: https://www.marxists.org/espanol/stalin/1930s/1934-wells.htm

Una impresión similar le había causado Lenin, cuando lo entrevistó en el otoño de 1920. En un ensayo que escribió después de su viaje, titulado “Rusia en las tinieblas”, confesó que antes de la entrevista “estaba dispuesto a ser hostil hacia él” porque “había venido esperando luchar con un marxista doctrinario”. Pero parece ser que no encontró nada de eso, porque “gracias a él me di cuenta de que el comunismo podía, después de todo, y a pesar de Marx, ser enormemente creativo”. Pero de la entrevista Wells se llevó la impresión de que Lenin era un “soñador”, más que un hombre de acción.

Digresión 3:

Sin duda, la novela más leída de Wells fue La máquina del tiempo, aunque pocos notaron que en esa novela introdujo la idea del mundo en cuatro dimensiones, y no las tres habituales. Idea que también elaboró Einstein más tarde (en 1905) para desarrollar su teoría de la relatividad. La novela fue la base de la película “La máquina del tiempo” (conocida en España como “El tiempo en sus manos”), de 1960, dirigida por George Pal y protagonizada por Rod Taylor e Ivette Mimieux), ganadora de un Oscar por los mejores efectos especiales, y también la de 2002, dirigida por Simon Wells (biznieto de H.G.) con Guy Pierce y Jeremy Irons. Sobre esta novela recuerdo dos versiones cinematográficas, aunque están registradas dos más. La primera, en blanco y negro, es la de 1950, producida por George Paly con Gene Barry en el papel principal. La película transcurre en Estados Unidos, no en Inglaterra, y sucede en la época de la filmación, y aunque tiene conexiones con la novela, aquí le agregaron algunos detalles propios de la época, como por ejemplo el lanzamiento de una bomba atómica sobre los marcianos (sin lograr el éxito esperado). La segunda fue la versión de Steven Spielberg con Tom Cruise en el rol central. Otras novelas de Wells también se usaron para la realización de películas, como “El hombre invisible” en la versión de 1933 con Claude Rains o “La isla del Dr. Moreau”, de 1977, con Burt Lancaster.

Digresión 4:

Orson Welles, el famoso actor, director y productor de cine tenía 23 años en 1938. Era un joven inteligente y ambicioso que se abría paso en el mundo artístico como director del Mercury Theatre on the Air, que transmitía por la cadena CBS de Nueva York un programa radial semanal, con poca audiencia, que representaba adaptaciones de obras como Drácula, El conde de Montecristo, o La isla del tesoro. El 30 de octubre de 1938, a las 9 de la noche, comenzó a emitirse la adaptación dramatizada de Orson Welles de La guerra de los mundos.

Hubo una aclaración previa de que lo que seguía era una adaptación del libro de H.G. Wells y a continuación empezó a difundirse, en el formato de informativos, la noticia de extraños fenómenos astronómicos registrados en el planeta Marte y, a los pocos minutos, la caída de una enorme bola de fuego en una granja cercana a Nueva York . La información fue desgranándose como flashes informativos, cada vez más preocupantes. Welles también apareció como un profesor universitario que daba, con pedantería, explicaciones tranquilizadoras de los sucesos, en tanto que un falso reportero informaba sobre la caída de un enorme cilindro un una granja, del que comenzaban a salir seres repugnantes. En seguida, se oían gritos de pánico y la destrucción de los curiosos que se habían acercado, de los policías que habían llegado al lugar y del mismísimo falso reportero. Después, seguirían los flashes reportando la caída de cilindros en otros puntos del planeta y daban consejos a la población para que abandonara las ciudades y con el curioso detalle de recomendar taparse la cara con toallas mojadas para atenuar el efecto de los mortíferos rayos que los repugnantes marcianos lanzaban desde sus máquinas. Poco después, se desató el pánico en muchas ciudades de la costa este, con gente que huía despavorida hacia ningún lado y provocaba congestiones de tránsito y desórdenes. La emisora tardó veinte minutos en clausurar el programa. Después, Welles se ufanó por el efecto causado, diciendo que el pánico desatado era lo que él había previsto, cosa dudosa teniendo en cuenta el bajo rating que habitualmente tenía su programa.

Aunque se exageró mucho luego con los efectos producidos por el programa, es cierto que hubo pánico y algunos brazos y piernas rotos en la huida. Mucha gente se refugió en zonas montañosas, que la policía luego tardó días en encontrar para convencerlos de la farsa del programa radial. Y hasta hubo un telegrama del propio H.G. Wells protestando por la tomadura de pelo con su novela.

Wells murió el 13 de agosto de 1946 a los 80 años de edad, en su casa de Londres. En vida había recibido varios premios de distintas instituciones científicas y académicas. Póstumamente, en 1970, se decidió llamar H. G. Wells a un cráter ubicado en la cara oculta de la Luna.

Digresión final:

No podría dejar de citar a Borges, gran admirador de la obra de Wells, quien afirmó que “escribió libros gárrulos (en los que se habla mucho. RN) en los que de algún modo resurge la gigantesca felicidad de Charles Dickens, prodigó parábolas sociológicas, erigió enciclopedias, dilató las posibilidades de la novela, reescribió para nuestro tiempo el Libro de Job, esa gran imitación hebrea del diálogo platónico, redactó sin soberbia y sin humildad una autobiografía gratísima, combatió el comunismo, el nazismo y el cristianismo, polemizó (cortés y mortalmente) con Belloc, historió el pasado, historió el porvenir, registró vidas reales e imaginarias (…) Son los primeros libros que yo leí, tal vez serán los últimos” Obras Completas, T. 2, Ed. Emecé, Barcelona 1989, págs. 76-77, artículo titulado “El primer Wells”.

H. G. WELLS
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