5 de mayo de 2020: 202 aniversario de su nacimiento

En septiembre de 1973, estando en París con Ricardo Piglia, decidimos hacer una rápida visita a Londres y visitar la tumba de Carlos Marx. Para nosotros, era como hacer un peregrinaje a La Meca. Fuimos al cementerio de Highgate, en las afueras de la ciudad. Llegamos en el metro, y nos bajamos en la estación de ese pueblo, en los suburbios. Como no teníamos ningún dato de dónde estaba el cementerio, abordamos a una señora que nos imaginamos que podría darnos alguna indicación. Y efectivamente, nos dio las indicaciones precisas. Con una sonrisa cómplice, nos preguntó si queríamos visitar la tumba de Marx. Cuando le contestamos afirmativamente, nos advirtió que la tumba estaba en el cementerio viejo, ya cerrado desde hacía mucho tiempo, y no en uno nuevo que estaba frente al anterior. Y aunque estuviera cerrado, fuimos igual. Tuvimos la suerte de que en ese momento entraba una delegación de un país de Europa del este que no recuerdo cual era, portando una gran corona de flores rojas. Y caminamos por el parque hasta encontrarnos con el enorme busto de la cabeza de Marx, que conocíamos por mil fotos que habíamos visto en muchas publicaciones. Es impresionante. La cabeza impactaba por su hermosura de piedra negra, tallada con rasgos duros y ceño fruncido. La delegación estaba colocando su ofrenda floral cuando un señor que parecía salido de un cuento de hadas emergió saltando de entre las tumbas y se acercó a nosotros para decirnos que esa no era la tumba original, ofreciéndose a guiarnos hasta el lugar que Marx había elegido para descansar, que era junto a su esposa Jenny von Wesphalen. Una simple lápida, con los nombres de Jenny y Marx. Tres coincidencias que nos permitieron que nuestro objetivo se cumpliera: la señora que nos indicó por dónde ir, la delgación que nos permitió entrar aun cuando estaba cerrado, y el enigmático viejito (que parecía un gnomo) que nos ayudó a cerrar el cuento de la visita.

Visitar la tumba de Marx era mucho más que algo insólito para mí, que pocas veces pisé un cementerio. Era confirmar un compromiso imaginario que había firmado con millones de personas de todo el mundo en la búsqueda de una sociedad más justa y digna. Y para la Argentina y América Latina como parte de una generación que creía que había llegado el momento de intentar hacerlo. Ya se conoce como se escribió esa historia, no es el lugar para exponerla.

Marx fue el que encendió la luz para que millones comprendieran en qué sistema estábamos viviendo, desmenuzó los engaños, y luchó por sus ideas de transformación. A pesar de las deformaciones que se hicieron posteriormente de su pensamiento, marcó la historia y señaló un camino. El no hizo una descripción de lo que vendría después de la revolución, y por eso muchos de los que interpretaron ese camino que él abrió, torcimos el rumbo y equivocamos el camino. Y muchos lograron culminar la batalla y crearon sistemas que seguramente Marx hubiera repudiado.

Algo que los buenos historiadores siempre señalaron es que no debe mirarse el pasado con la cabeza del presente. Hay que ubicarse en el tiempo que se estudia, en las formas sociales y las realidades que se vivieron. No hay que asombrarse que los filósofos griegos de la antigüedad aceptaran la esclavitud como algo natural, a pesar de vivir en el “Siglo de Oro” e inventar la democracia. O que hasta finales del siglo XIX se pensara que las mujeres no debían tener derecho al voto. En algún lugar de su obra, Borges dice que no deberíamos sorprendernos porque en el Corán no se mencione ni una sola vez a los camellos. Porque la presencia de camellos en la época en que se escribió el Corán era lo normal, era lo socialmente aceptado. Y creo que con el pensamiento de Marx se incurrió muchas veces en afirmaciones que señalaban como errores cosas que no podían pensarse en los tiempos que siguieron. Por más genial que fuere un personaje como Marx, no podía prever los adelantos tecnológicos actuales, las relaciones sociales que vivimos hoy, y menos los conflictos internacionales que nos sacuden. Marx pensó cosas que yo no puedo aceptar como persona del siglo XX y XXI. Como por ejemplo, lo que escribió sobre la conveniencia de la dominación inglesa en la India, o el desprecio que sentía por países de nuestra América. Leyendo un artículo biográfico sobre Simón Bolívar que escribió para un periódico neoyorkino del que era corresponsal, cualquier persona biempensante contemporánea se escandalizaría. Pero eso sería no ubicarse en la época en que Marx escribía, o por qué podía creer que era preferible que Europa se impusiera sobre los “pueblos sin historia” que colonizaba. En resumen, hay que entender el contexto de la época en que Marx vivó y luchó para poder entenderlo y no malinterpretarlo.

No fue fácil la vida de Marx. Hijo de una familia de origen judío de Alemania, su padre tuvo que convertirse al cristianismo para poder ejercer la profesión de abogado. Los judíos de esos tiempos eran considerados como pertenecientes a una “nación judía” (que no debe confundirse con el concepto contemporáneo de nación) repartida en distintos países y territorios. No eran ciudadanos, pagaban un impuesto por vivir en ese país, no podían ejercer profesiones y cargos fuera del comercio o las finanzas, y eran discriminados en todas las actividades educativas y sociales. Ese origen judío familiar seguramente pesó en Karl. Y explica no solo la conversión de su padre Henrich sino muchas de las acciones de vida del joven Karl. Con la conversión del padre y su acceso a un puesto oficial bastante bien remunerado, el padre pudo costear los estudios del hijo, siempre mezclado en revueltas, deslumbramientos intelectuales que eran prontamente rechazados o desórdenes de todo tipo, que lo alejaban de los estudios que su padre había planificado para él. Originariamente, se incribió en la carrera de Derecho en la prestigiosa Universidad de Bonn, pero pronto se desvió hacia la literatura y la filosofía. Finalmente, se doctoró en filosofía (pocos días antes de la muerte del padre, de tubeculosis) en la universidad de Jena, lo que no le garantizaba ninguna perspectiva laboral segura. Toda su vida fue acosado por estrecheces económicas y persecuciones. Fue encarcelado y exiliado muchas veces. Luchó por las reivindicaciones sociales y políticas en Alemania, Francia, Inglaterra y Bélgica. En todos los lugares en los que vivió cosechó amigos incondicionales y enemigos implacables. Se sacrificó hasta la enfermedad para escribir sus obras en las peores condiciones imaginables.

Murió apátrida en Londres en 1883, a los 65 años. Murió de pleuresía y bronquitis, producidas por una tuberculosis, enfermedades de la pobreza. Apenas acudieron 11 personas a su entierro en Highgate.

Existen muchas biografías de Marx publicadas en castellano. La primera que conocí es la de Franz Mehring, de 1960 (se puede leer en Google Libros). La más actual, y la que considero la mejor que he leído, es la de Jonathan Sperber, traducida por Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013.

KARL HEINRICH MARX
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