8 de marzo de 2021: 150 ANIVERSARIO DEL LEVANTAMIENTO

Ni un año duró la guerra entre Francia y Prusia. Los desfiles relucientes del ejército francés del emperador Napoleón Bonaparte III se destiñeron en solamente 10 meses. Sin haber acusado todavía recibo de la paliza que los mexicanos le propinaron apenas tres años antes (1867), el «petit» Napoleón se creyó con fuerzas suficientes como para desafiar al creciente poder de la Prusia de Bismark. El 2 de septiembre de 1870 fue destrozado en la batalla de Sedán, y Napoleón levantó la bandera blanca y dejó el trono para dar lugar a una nueva República francesa. Los prusianos levantaron el sitio de París, pero se estacionaron en las cercanías. Pero París no aceptó la rendición de los monárquicos. La Comuna de París fue la primera revolución social de la historia, en la que obreros, artesanos, pequeños comerciantes, abogados, médicos, mujeres de diversas ocupaciones se apropiaron del poder, tomaron medidas revolucionarias y lucharon con las armas para defenderlas. La represión que le siguió fue feroz y despiadada. Porque se hizo con odio de clase.

En enero se formó el gobierno provisorio de la «Defensa Nacional». Mientras estos monárquicos y conservadores derrotados por los prusianos firman el armisticio, los comités del distrito de París rechazaron la rendición y exigieron elecciones libres, en defensa de la República. Instalados en la cercana Versalles, los del gobierno provisional francés, apoyado por el ejército prusiano, elegía como presidente provisional a Adolphe Thiers, el reiterado ministro monárquico o republicano, según soplara el viento. El verdadero poder parisino, ante el vacío producido, era ejercido por la Guardia Nacional estacionada en la ciudad. La población de la capital, temerosa de la restauración de una monarquía borbónica, apoyó a la Guardia reclamando la instauración de una república democrática y se negó a aceptar la autoridad del gobierno provisional de Thiers. París fue sitiada por los prusianos, mientras los soldados del ejército nacional estacionados en Versalles se preparaban para aplastar la rebelión popular.

En marzo de 1870, delegados de los batallones de la Guardia Nacional y de otras entidades populares se reunieron para elegir un ejecutivo provisional para gobernar la ciudad y defender la República, amenazada por los monárquicos que dominaban la Asamblea Nacional. Esta Asamblea aprobó de inmediato la supresión de la moratoria sobre las letras de pago, los alquileres y las deudas, amenazando con la quiebra de pequeños talleres y tiendas y dejando sin empleo a 300.000 obreros. Además, suprimió el salario de los guardias nacionales. En respuesta a ello, el Comité Central de la Guardia Nacional parisina decidió resistir la orden de desmantelar las baterías de cañones que tenía la ciudad, y llamó a la población para que se sumara a la rebelión. Los soldados del ejército de Versalles irrumpieron en las calles de París, pero rápidamente fraternizaron con los defensores, y cuando su comandante, el general Claude Martin Lecomte, les ordenó disparar contra la multitud, lo desmontaron de su caballo y lo fusilaron junto con otros oficiales. Cuando vieron que otras unidades armadas se declararon en favor de los rebeldes, Thiers ordenó la evacuación de todas las fuerzas regulares de la ciudad, incluyendo la policía y los empleados administrativos. El Comité Central de la guardia de París quedó entonces como el único gobierno efectivo de la ciudad. Era el 18 de marzo, el comienzo de algo nuevo. Pero de algo que no duró más de 72 días en los que, según dijo Karl Marx, «se trató de asaltar los cielos».

Digresión 1:

Ese mismo día, el Comité renunció a su autoridad y convocó a elecciones para el día 26, una semana después, para elegir las autoridades de la «commune» (municipio). Dos días después, se constituyó la Comuna de París. El consejo de la Comuna estaba constituido por 92 miembros, que podían ser removidos de sus cargos por decisión de los electores, representantes de los vecinos, incluidos obreros, artesanos, pequeños comerciantes, médicos, periodistas y políticos profesionales. Todas las tendencias del republicanismo estaban representadas, los moderados, los socialistas, los proudhonianos, los anarquistas, los blanquistas, y hasta viejos jacobinos reivindicadores de los ideales de la Revolución Francesa de 1789. El socialista libertario Auguste Blanqui fue elegido presidente del Consejo en ausencia, porque había sido condenado por haber atentado contra la vida de Thiers y desterrado a una colonia penal en Nueva Caledonia, un puñado de islotes ubicados en Oceanía, cerca de Australia.


El Consejo de la Comuna no perdió el tiempo. Y pese a los debates encendidos que se producían entre las tendencias políticas que albergaba, pudo aprobar en los escasos 60 días de reuniones una gran cantidad de resoluciones de diversa índole y de gran trascendencia. Pocas de ellas pudieron ser implementadas antes del aplastamiento del nuevo gobierno. Entre ellas, la anulación de los aumentos en los alquileres hasta que terminase el asedio de las tropas de Versalles; la postergación del pago de las deudas y la abolición de los intereses de las mismas; el derecho de los trabajadores a tomar el control de una empresa si fuese abandonada por sus dueños; la abolición de la guillotina; la devolución gratuita de las herramientas empeñadas por los trabajadores. También se derogó el alistamiento obligatorio y el derecho de los ciudadanos a portar armas y se adoptó la bandera roja como enseña de la Comuna. También se decretó la separación de la iglesia del estado y la expropiación de todas las propiedades de la iglesia, que pasaban a manos del estado. Se excluyó la enseñanza de la religión en las escuelas, pero se permitían las actividades religiosas en las iglesias siempre que se mantuvieran abiertas al público por las tardes para poder realizar en ellas todo tipo de reuniones políticas.

Digresión 2:

Si bien la Comuna fue algo totalmente distinto e innovador en el sistema político vigente, Karl Marx, contemporáneo de los sucesos, tuvo reticencias en calificarla como un gobierno socialista. Para él, fue esencialmente «un gobierno de la clase obrera. Fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo». La guerra civil en Francia, el folleto que escribió en 1871, señaló críticamente que «la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como existe, y servirse de ella para sus propios fines. Debe destruir el estado burgués y construir uno nuevo». El más importante historiador marxista, el inglés Eric Hobsbawm también señaló que «la Comuna no fue tan importante por lo que consiguió como por lo que presagiaba: fue más formidable como símbolo que como hecho». (La era del capital, Editorial Crítica, Barcelona 1998, p. 176). Pero sin duda fue el primer gobierno autogestionario de la historia, de democracia real basada en el sufragio universal y cargos revocables, así como por las otras medidas que adoptó. Pero Marx criticó que no se decidiera marchar contra Versalles desde el comienzo de la insurrección, o que los parisinos no se apropiaran del Banco Central, que devolvió intacto. En realidad, creo con Hobsbawm que Marx «jamás creyó en que la Comuna tuviera la más mínima posibilidad de éxito» (id. p. 24),

El 2 de abril el ejército de Versalles se lanzó al asalto de la Comuna. Se luchó sin piedad, por ambos bandos. Y no fueron solamente los soldados de la Guardia los que enfrentaron al ejército regular, sino también los ciudadanos comunes y las mujeres, que formaron su propio batallón, y los niños, muchos de los cuales fueron masacrados por las tropas de Thiers. Pero no hubo ayuda de otras comunas francesas, salvo el caso de Narbonne, Limoges y Marsella, que también fueron reprimidos con saña por los versalleses. Hubo mensajes de solidaridad de muchos sindicatos y otras organizaciones sociales, y especialmente de las organizaciones socialistas de distintos países del mundo. Pero el 21 de mayo se forzó la entrada por una de las puertas de la parte occidental de París, por donde empezaron a penetrar las bien equipadas tropas de Versalles y los temibles cañones que diezmaron las barricadas y los edificios en los que se refugiaban los comuneros.

Digresión 3:

A la violencia brutal de las tropas de Versalles, el pueblo de París respondió de la misma manera. Pero hubo errores, criticados después por la propia izquierda. En muchos casos, se confundió el objetivo, y se atacaron edificios históricos que eran en realidad patrimonio cultural de Francia. Grupos de comuneros incendiaron casas de la Rue Royale y de la Rue du Faubourg Saint Honoré, en la rue Rivoli y en otras calles. El Palacio de las Tullerías, residencia de la mayoría de los reyes franceses desde Enrique V hasta Napoleón III, fue incendiado después de una batalla sangrienta, y el fuego no fue extinguido sino hasta dos días después. La biblioteca Richelieu del Louvre, ubicado junto a las Tullerías, fue también incendiada, pero el resto del museo del Louvre fue salvado por los esfuerzos de los curadores del museo. La columna de la plaza Vendôme, que estaba coronada por una estatua de Napoleón, fue derribada y demolida. El mismo destino sufrieron el Palacio de Justicia, el de Orsay, el palacio de la Legión de Honor, y hasta la estación de París-Lyon. Es posible que algunos incendios no fueran intencionalmente provocados por los comuneros sino que se produjeran por el fuego de la artillería de los de Versalles o de los comuneros, e incluso que algunos edificios fueran destruidos por razones tácticas para detener el avance del ejército gubernamental. Pero esos actos no son justificables por el valor histórico de muchos de esos edificios.

En los distritos obreros fue donde la resistencia a los soldados de Versalles fue mayor, Durante la Semaine sanglante (la semana sangrienta) miles de ciudadanos armados y desarmados, incluyendo mujeres, ancianos y niños fueron masacrados sin piedad. La última barricada, en Belleville, defendida por un solo hombre, cayó el 28 de mayo a las cuatro de la tarde. Después de la derrota vinieron las represalias. Se proclamó un decreto que designaba como un crimen el haber apoyado a la Comuna, por lo que se pudo asesinar a mansalva después de acusar sin ningún reparo a cualquiera. En el Muro de los Comuneros, en el cementerio de Père Lachaise fueron fusilados 147 comuneros mientras casi otros 10.000 fueron muertos en los combates o en las calles. Varios miles más fueron llevados a Versalles u otras localidades cercanas donde fueron pasados por las armas. Se practicaron más de 40.000 arrestos en esos días, pero la represión duró hasta 1874, y el estado de sitio y el toque de queda no se levantarían hasta 1876. Los condenados fueron obligados a trabajos forzados, algunos en fortalezas militares en territorio francés y otros deportados a colonias penales ubicadas en colonias francesas del Pacífico sur (5.000 en Nueva Caledonia). Por su parte, las tropas de Versalles sufrieron cerca de 900 muertos, 183 desaparecidos y 6.500 heridos. También la Comuna fusiló a algunos, entre ellos al arzobispo de París, a un fraile dominico, a dos jesuitas y al presidente del tribunal supremo (la Cour de Cassation). Recién en 1879 se decreta una amnistía a los condenados de la comuna. Y en noviembre de 2016, 135 años después de la insurrección, la Asamblea Nacional de Francia resolvió rehabilitar a las víctimas de la Semana Sangrienta, considerando además necesario «conocer y difundir mejor los valores republicanos defendidos por los participantes en la Comuna».

De la salvaje represión a la Comuna, Karl Marx escribió: «Para encontrar un paralelo con la conducta de Thiers y sus perros de presa, hay que remontarse a los tiempos de Sila y de los triunviratos romanos. Las mismas matanzas para la edad y el sexo, el mismo sistema de torturar a los prisioneros, las mismas proscripciones pero ahora de toda una clase, la misma batida salvaje contra los jefes escondidos, para que ni uno solo se escape, las mismas delaciones de enemigos políticos y personales, la misma indiferencia ante la matanza de personas completamente ajenas a la contienda. No hay más que una diferencia, y es que los romanos no disponían de ametralladoras para despachar a los proscritos en masa y que no actuaban «con la ley en la mano» ni con el grito de «civilización» en los labios». La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, p. 61.

Digresión 4:

Louise Michel (1830-1905) fue una educadora y poeta anarquista, que fue símbolo de la lucha de las mujeres de París en la Comuna. Desde los comienzos de la Comuna, Louise forma parte de distintos comités y organizaciones de ayuda, y cuando los versalleses entraron en la ciudad, estuvo a la cabeza en los combates en distintas batallas memorables. Participó en la lucha en el cementerio de Père Lachaise, y logró escapar con vida, pero su madre fue detenida por la policía que amenazaba con fusilarla si Louise no se entregaba, por lo que la hija se entregó para salvar la vida de su madre. En la prisión, junto con decenas de mujeres hacinadas, escuchaban por la ventana los fusilamientos de otros comuneros. Fue juzgada, y en el juicio afirmó: «No quiero defenderme, no quiero ser defendida. Pertenezco por entero a la revolución social y declaro aceptar la responsabilidad de todos mis actos, la acepto sin restricción. No me ofendáis, no me degradéis con un perdón que ni quiero, ni necesito, ni merezco. He luchado con los que más han luchado, he disparado junto con los que más lo han hecho…». Deportada a la isla de Nueva Caledonia, donde convivió con los aborígenes canacos, volvió a su profesión de maestra para enseñar a los niños canacos a defender su libertad. Pudo volver a Francia recién en 1880, donde retomó la actividad política. Murió en 1905, a los 74 años. En el 2020, se bautizó con el nombre de Louise Michel un barco de rescate de migrantes en el Mediterráneo.

Arthur Rimbaud, el joven poeta que reseñamos en su aniversario, escribió bellos y duros poemas en favor de la Comuna. Por ejemplo, en El herrero:

«Una mancha canallesca

las ateza como a un seno viejo;

¡el dorso de esas manos es el lugar

que besó todo revolucionario orgulloso!

¡Ellas han palidecido, maravillosas, bajo el gran sol cargado de amor,

en el bronce de las ametralladoras,

a través del París insurrecto!»

Poesías y otros textos, Hiperión, Madrid 1988 p. 199

Para leer el texto de Karl Marx La guerra civil en Francia en castellano, ver La guerra civil en Francia, abril mayo 1871.

En 1928 se presentó en Moscú la película muda «La nueva Babilonia», dirigida por los jóvenes Grigori Kozintsev y Leonid Trauberg, con música compuesta por Dmitri Shostakovich, que tenía apenas 22 años. La película fue un fracaso, porque los jóvenes comunistas de la Tercera Internacional la consideraron contrarrevolucionaria.

En el año 2000 se estrenó en París la película documental La commune dirigida por Peter Watkins. Dura casi seis horas. Fue premiada por la Asociación de Críticos de Los Angeles en 2005, como mejor película experimental.

COMUNA DE PARIS
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