13 de agosto de 2021: 500 años del sitio y la caída.

Pasaron apenas dos años desde que Hernán Cortés desembarcó en las costas de lo que es hoy el estado de Veracruz, en México, hasta la caída de la ciudad de Tenochtitlan, la capital del imperio mexica. La rapidez con la que sucedieron estos hechos no puede ser leída como la lucha entre buenos y malos, ni tampoco como el «encuentro» de dos culturas.

A finales de febrero de 1519, el aventurero extremeño Hernán Cortés pisó suelo mexicano en la isla de Cozumel. Claro, México aún no era México, el territorio mexica que componía el imperio del gobernante Moctezuma ocupaba casi toda la parte central del actual México, las tierras que bordeaban el Golfo de México y una parte del sur. Cortés no fue el primero, porque ya dos expediciones castellanas habían desembarcado antes en las costas de Veracruz, aunque fracasaron en sus intentos de establecerse. Cortés había salido de Santiago de Cuba el 18 de febrero de 1519 con 6 barcos, embarcando a 550 hombres, la mayoría sevillanos y extremeños, además de 50 marineros, 16 caballos y varios perros, más algunos nativos de las islas del Caribe y unas pocas mujeres. Y pese a que se lo habían prohibido expresamente, reclutó también unos centenares de indios cubanos. Llegó a la isla de Cozumel, una isla que forma parte del actual estado mexicano de Quintana Roo, y de allí cruzó hacia la península de Yucatán, en las playas de Chalchihuecan, donde fundó la Villa Rica de la Vera Cruz el 22 de abril de 1519. El camino hacia la ciudad de Tenochtitlan fue algo difícil de imaginar: un puñado de aventureros, enceguecidos por la ilusión de encontrar oro y plata y apoderarse de tierras para satisfacer a su monarca castellano e implantar la religión que consideraban verdadera, atravesó montañas y selvas en un sangriento recorrido, favorecido por el terror que despertaban sus armas y caballos a los nativos asombrados. Cortés entró en México el 8 de noviembre de 1519, a pesar de los esfuerzos que hicieron los enviados de Moctezuma para convencerlos de que no siguieran adelante y abandonaran su camino. Ese 8 de noviembre el ejército español y sus aliados de las tribus sojuzgadas por los mexicas desfilaron por la hermosa calzada que atravesaba la ciudad. Después de intensas negociaciones, fue recibido por Moctezuma II Xocoyotxin, el emperador mexica y su corte. Hicieron discursos de amistad, o eso entendieron por las complicadas traducciones que recibían. En una carta que posteriormente Cortés envió a Carlos V, le decía que Moctezuma había aceptado la sumisión al rey de Castilla. La traducción era complicada y lenta: Malinalli traducía del nahuatl al maya, y Joaquín de Aguilar del maya al castellano.

Digresión 1:

El nombre nahuatl de la Malinche era Malinalli, o diosa de la hierba, más adelante conocida como Malintzin y también como Marina, el nombre con que Cortés la hizo bautizar. Su familia era de origen noble de Veracruz, lo que no impidió que la vendieran a un traficante de esclavos que a su vez la cedió a un cacique maya de Tabasco. Esto supuso que Malinalli aprendiera la lengua maya, que sirvió para que el sevillano Joaquín de Aguilar lo tradujera al castellano. Este Aguilar había participado en una expedición de 1511 que naufragó en las costas de Panamá, y vivió con los nativos locales varios años, y aprendió maya. Este sistema de comunicación convirtió a Marina en un elemento fundamental para el trato de Cortés con los mexicas. Luego, Marina aprendió castellano, y también empezó a asesorar a los castellanos sobre las costumbres de los nativos, a la vez que realizaba tareas de inteligencia y diplomacia. También fue por un tiempo la concubina de Cortés, con quien tuvo un hijo llamado Martín Cortés, aunque luego fue casada con el español Juan de Jaramillo. Posteriormente viajó con Cortés a Honduras, donde se pierde su rastro. Es posible que muriera en 1551, cerca de los cincuenta años. Su papel durante la conquista española ha suscitado enconados debates y diversas interpretaciones. En el lenguaje mexicano moderno, la Malinche es sinónimo de «la chingada», la violada. Así lo utiliza el escritor Octavio Paz, que hace una descripción con aderezos psicoanalíticos de la historia, donde Cortés es el padre y Marina la madre del México mestizo, producto de la violación y el abuso.

Cortés y sus hombres fueron alojados, tratados con respeto, alimentados y vestidos. Cortés dedicó varios días a recorrer lugares de la ciudad, maravillándose por lo que veía. La gente que veía en las calles de Tenochtitlan le parecían amables y agradables. Le deslumbraban sus templos y palacios, así como sus mercados, mucho más grandes y surtidos que los que conocía en Sevilla y otras ciudades españolas. Con Moctezuma, Cortés mantenía largas conversaciones sobre religión y otros temas mundanos. Sin embargo, no vaciló en tomarlo sorpresivamente como rehén y retenerlo prisionero mientras afrontaba el descontento de la población mexica.

Digresión 2:

En las conversaciones entre Cortés y Moctezuma los temas recurrentes, aparte de tratar de saber dónde estaban las minas de oro y plata, se referían al tema de la religión. Cortés trataba de explicarle los principios de la religión católica, pero hacía hincapié en el tema de los sacrificios humanos que practicaban los pueblos mesoamericanos. Parece irónico que los que cargaban con la invención de la Santa Inquisición y los muertos en las hogueras de la religión verdadera se erigiera en acusador de los ritos religiosos de otra civilización. Eso merece una reflexión: ¿con qué derecho juzga nuestra civilización occidental? ¿Esa civilización que se creía con el derecho de conquistar el territorio de los otros, la misma civilización que trazó los planes del exterminio judío, y que aniquiló ciudades enteras con bombas atómicas? Personalmente, coincido con lo que dice el historiador de la conquista, el inglés Hugh Thomas, en su libro La Conquista de México, Editorial Patria, México 1994, p. 14) «buscar en el pasado la moralidad de nuestros tiempos (o su carencia) no facilita la labor del historiador».

Estando Cortés fuera de Tenochtitlan el 29 de junio se desató una rebelión indígena. Pedro de Alvarado, que estaba al mando del grupo español que había quedado en la ciudad, asesinó a los nobles mexicas que habían sido enviados para negociar. Esto ayudó a que la rebelión se extendiera, poniendo en peligro la vida de toda la guarnición. Cortés regresó a la ciudad y trató de calmar los ánimos, pero los mexicas siguieron asediando su palacio. Trató que Moctezuma hablara a sus acólitos desde una ventana del palacio para tratar de calmarlos, pero los sublevados reaccionaron disparándole flechas y arrojándole piedras al que formalmente era todavía su emperador. Varias piedras lo golpearon, y una lo hirió gravemente en la cabeza, y como consecuencia de la herida, murió al día siguiente. Algunos historiadores se inclinan por la tesis de que fueron los españoles los que mataron a Moctezuma, o que lo dejaron morir, porque ya no les resultaba útil porque había dejado de ser el líder indiscutido de los mexicas. Lo sucedió en el trono su hermano Cuitlahuac, que moriría muy pronto por la extendida viruela, y al que reemplazó Cuauhtemoc. Los españoles se retiraron de la ciudad esa misma noche, en una sangrienta retirada tratando de llevarse el tesoro. Se calcula que en esa retirada murieron 600 castellanos y 1.000 tlaxcaltecas aliados. En medio de un caos y acosados por los mexicas, los restos del ejército español huyeron a Tlaxcala, donde se refugiaron.

Digresión 3:

Aprovechando la ausencia de Cortés, Pedro de Alvarado vislumbró la posibilidad de brillar con luz propia. Y para ello planeó y ejecutó una gran matanza de nobles mexicas en el Templo Mayor, en el momento en que estaban en una fiesta religiosa. Al regresar, Cortés encontró que la situación se había tensado al punto de que la huida parecía el único remedio. Después de la muerte de Moctezuma, los españoles arrojaron al lago su cadáver. Unos pocos allegados nobles participaron luego de su funeral, llorando la muerte de quien había gobernado por 18 años. Moctezuma tenía 53 años de edad. La vergonzosa huida de Cortés y sus tropas se conoce como «la noche triste». Cargaron todo el oro y las joyas que habían reunido, de regalos y robos, aunque debido a los ataques de los mexicas debieron abandonar las riquezas, y además de resultar muertos muchos de ellos, perdieron los caballos y los cañones.

Mientras en Tenochtitlan la peste diezmaba a los mexicas, Cortés trataba de reagrupar su fuerza y armar el contraataque para sofocar lo que llamativamente consideraba una «rebelión de los mexicas». En Tlaxcala logró reunir a 1.300 soldados castellanos, 100 caballos y 200.000 indígenas aliados. La leyenda dice que Cortés mandó quemar sus naves para que nadie pudiera pensar en una rendición. Pero está históricamente comprobado que eso no sucedió. En realidad encalló sus barcos y los utilizó luego para construir una flotilla de bergantines que utilizó en el sitio de la ciudad. Por supuesto, el material naval fue transportado a través de las montañas por 8.000 porteadores que formaban una fila de diez quilómetros. El 22 de mayo inició el ataque. Después de sufrir varios reveses por la resistencia enconada de los mexicas, levantó fortificaciones y quitó los puentes que unían las principales calzadas de la ciudad. Luego cambió de estrategia: cesó los ataques y esperó a que el hambre y la sed obligaran la rendición indígena, cortando para eso el acueducto de Chapultepec. Tras nuevos avances, tomaron al nuevo emperador Cuauhtemoc prisionero, al que torturaron para que les dijera donde estaba el oro de Moctezuma. El 13 de agosto de 1521, el día 1 Coatl del año 3 Calli del mes xocotlhuetzi, después de 93 días de sitio, los conquistadores tomaron la ciudad de Tenochtitlan. 240.000 mexicanos murieron durante el sitio. Más tarde, Cortés dijo que fueron 67.000 los muertos en combate y 50.000 los que murieron de hambre. Sobrevivieron 900 castellanos. Desde el encuentro de Cortés con Moctezuma en noviembre de 1518 hasta el derrumbe del imperio mexica pasaron nada más que ocho meses.

Digresión 4:

El historiador mexicano Héctor Aguilar Camín ha escrito recientemente (v. periódico Milenio, México, del pasado 9 de agosto) que es un mito «que los conquistados fueron los indios y los conquistadores, los españoles. Sin sus aliados indígenas, los españoles no hubieran conquistado nada» y que en realidad fue una «gran guerra mesoamericana de distintos señoríos contra la hegemonía mexica en la que los españoles fueron un contingente inesperado, extraño primero, utilizado y bienvenido luego, por su capacidad inusitada de violencia y por la novedad de sus armas». Desde ese punto de vista, la conquista fue un periodo de tres siglos de conflicto, y no el momento de la caída de Tenochtitlan. La casi totalidad de los vencedores de los mexicas efectivamente fueron una coalición de grupos nativos, como los talxcaltecas y los texcocanos, mientras que el grupo español no era mayor al 1% del ejército vencedor. La idea de triunfo de España y del posterior dominio español es más bien el relato ficcional de Cortés en sus famosas Cartas de Relación y de las crónicas de otros castellanos que participaron en esa versión triunfalista, en las que informaban a la metrópoli de sus actividades en el territorio americano. Según los modernos historiadores, el régimen colonial español que se estableció luego de la caída de los mexicas se debió a causas más complejas que el otro mito, el de la superioridad cultural europea. Tal vez fueran superiores tecnológicamente, pero no culturalmente.

Digresión 5:

Lo que realmente ayudó a establecer el dominio español en América fue la espantosa caída demográfica producida por las enfermedades que los europeos trajeron a América, y que los pobladores de estas tierras no conocían ni estaban en condiciones de protegerse contra ellas. Se sabe que desde la llegada de los españoles el 90% de la población indígena de América murió a causa de la viruela y de otras enfermedades traídas por los europeos. Además de esto, otro factor importante fueron el hartazgo de las tribus tributarias de los mexicas, y las contradicciones internas de las distintas tribus indígenas; y no menor fue la habilidad de Cortés en tejer alianzas con los indígenas descontentos. Recientemente, y con motivo de las celebraciones programadas por el gobierno mexicano, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que el rey de España Felipe VI debería pedir perdón por las atrocidades cometidas por los españoles en América. Requerimiento que me parece absurdo, porque en la época de la llegada de Cortés ni España era un estado-nación constituido, ni lo era México tampoco. Ningún historiador serio podría, pienso, sostener un argumento semejante.

LA CAÍDA DE TENOCHTITLAN
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