9 de noviembre de 2020: 106 aniversario de su nacimiento.

El 9 de noviembre se festeja en Austria el Día del Inventor. Se acordó así porque es el día del nacimiento de Hedwig Eva Maria Kiesler, conocida en los años dorados de Hollywood con el nombre de Hedy Lamarr, de quien en esos años se decía que era “la actriz más bella del cine”. Pero lo llamativo no es solamente esto, sino que Hedy fue también la inventora de algo tan misterioso como el espectro ensanchado que permite las comunicaciones inalámbricas a larga distancia. Nada menos que algo que tiene que ver con desarrollos de cosas como los torpedos teledirigidos de los submarinos y los controles remotos de los televisores, o del wi-fi y el GPS.

Hedwig Eva Maria Kiesler nació en Viena el 9 de noviembre de 1914. Era la única hija de un matrimonio de judíos acomodados. La madre era una pianista húngara, y el padre un banquero de origen ucraniano. La pequeña Hedwig mostró desde pequeña una inteligencia poco común, y sus profesores la consideraban una superdotada. Cuando apenas tenía diez y seis años ya estudiaba ingeniería, carrera que abandonó a los diez y nueve para comenzar una carrera artística como actriz de teatro en Berlín. Pero fue su deslumbrante belleza la que provocó que ese mismo año fuera contratada para trabajar en la película checa “Éxtasis”, en la que apareció completamente desnuda bañándose en un lago, y luego con el rostro extasiado y arrancándose el pelo al llegar al orgasmo en una ardiente escena. Solamente por esto la película fue un éxito, pero también un escándalo por ser la primera película comercial no pornográfica con un desnudo femenino completo. Este suceso le sirvió a Hedwig para que muchos resultaran fascinados por su belleza, y particularmente Friedrich Mandl, un poderoso industrial de armamentos que luego fue un estrecho colaborador del régimen nazi. Se casaron, y el marido resultó ser un hombre extremadamente celoso, que no le permitía salir de la casa si no era con él, y se dedicó con empeño a comprar y destruir todas las copias de la película en las que Hedy aparecía desnuda, al parecer sin mucho éxito.

Digresión 1:

El austríaco Mandl presumía de su amistad con Adolf Hitler y Benito Mussolini. Pero de poco le valieron cuando se supo que tenía algunos ascendientes judíos. Entonces los nazis le confiscaron sus propiedades y tuvo que abandonar Alemania rápidamente. Su vida siguió en Argentina, donde volvió a acumular una fortuna, haciéndose amigo del entonces presidente Juan Domingo Perón. Una de sus excentricidades fue comprar un castillo en La Cumbre, en la provincia de Córdoba, en el que agasajaba a sus amistades locales. A su muerte, ocurrida en Viena en 1977, ese castillo pasó por diversas manos, hasta que recaló en las de uno de los hombres ricos del país, que llegó a ser jefe de los servicios de inteligencia del gobierno de Carlos Menem.

En las reuniones sociales a las que la pareja acudía, Hedwig conoció a muchos jerarcas nazis, y aprovechaba para prestar atención a las conversaciones en las que escuchaba información sobre desarrollos tecnológicos en la producción de armamentos, datos que le sirvieron años después para cederlos a las autoridades de Estados Unidos. El encierro al que prácticamente estaba sometida hizo inaguantable su matrimonio, y tras hacer varios intentos para fugarse, finalmente lo logró en 1937.

Digresión 2:

Existen dos versiones sobre la forma en que se escapó del dominio de su marido. Ambas difundidas por la propia Hedwig, que era muy propensa a inventar historias sobre ella misma. La primera versión sostenía que durante una cena en un lujoso restaurante fue al baño, se deslizó por la ventana y huyó en tren hacia Londres, con escala en París. La segunda incluye a su asistenta, con la que tenía una relación sentimental, a la que acostó en su cama para engañar al marido, y poder fugarse de la vigilancia de Mandl. En ambas versiones dijo que se llevó muchas de sus joyas, que después le sirvieron para obtener el dinero necesario para la huida. Pero además de las dos historias contadas por ella, hay una tercera, que afirma que fueron los servicios de inteligencia de Inglaterra y Estados Unidos los que facilitaron la fuga, a cambio de los secretos militares mencionados.

Desde Londres viajó en un transatlántico de lujo, en el que casualmente también viajaba Louis B. Mayer, el jefazo de la Metro Goldwn Mayer. Cuando desembarcaron en Nueva York, Hedwig ya era Hedy Lamarr y tenía un buen contrato para filmar sus películas junto a actores como Clark Gable, James Stewart o Spencer Tracy, actrices famosas y directores consagrados. Sus películas tuvieron un éxito relativo, pero su fama de femme fatale se mantuvo intacta. Pese a su inteligencia, no pareció acertar siempre en la elección de sus películas. Rechazó el papel principal en “Casablanca” y “Luz que agoniza”, que consagraron a Ingrid Bergman, y no tuvo éxito cuando pretendió encabezar el elenco femenino de “Lo que el viento se llevó”. Alejada de MGM por disputas económicas, montó su propia productora lanzando películas que acentuaron su carrera descendente. Sin embargo, en 1949 obtuvo un éxito taquillero con la extrañamente kitsch versión de “Sansón y Dalila”, con Victor Mature como su coestrella y Cecil B. DeMille como productor. Su último éxito (que también fue su despedida del cine) fue el de 1951, “Mi espía favorita”, con Bob Hope. Durante su estancia en Hollywood, Hedy pudo acumular más de 30 películas, además de seis matrimonios, todos con hombres de gran fortuna. Uno de sus amantes fue Jorge Guingle, un excéntrico multimillonario brasileño, de quien cuando los medios lo fotografiaban junto a Lamarr decían que era argentino. Uno de los regalos que Guingle hizo a Hedy fue un cuadro de Picasso del período azul.
Hedy Lamarr no solamente se dedicaba al cine o a coleccionar amantes. En su casa tenía una habitación especial donde se concentraba en sus investigaciones científicas y sus inventos prácticos tales como un bolsillo lateral en las cajas de los pañuelos de papel para depositar allí los ya usados, o una tableta para producir bebidas efervescentes. Cuando se dio cuenta de que los aviones de entonces no eran demasiado rápidos por culpa del diseño de las alas, casi rectangulares y perpendiculares a la cabina, se puso a estudiar la forma en que volaban los pájaros o en la que nadaban los peces y diseñó algo parecido a las alas de los aviones actuales. Como en ese momento el amante de turno resultaba ser Howard Hughes, el millonario productor cinematográfico y apasionado de la aviación, le regaló sus diseños, de los que se aprovechó para la fabricación de sus aparatos.

Pero su idea más destacada fue, sin duda fue el llamado ‘salto de frecuencia’, un método para cambiar las secuencias sincronizadas al azar. El tema surgió porque durante la Segunda Guerra Mundial los submarinos alemanes atacaban sin cuartel a los barcos aliados que llevaban alimentos y armamento hacia Inglaterra, y también a los que llevaban pasajeros hacia América. Cuando Hedy se enteró de que habían hundido un barco que llevaba más de 100 niños a bordo, empezó a trabajar en un sistema para evitar que la más avanzada tecnología alemana pudiera interferir en la dirección de los torpedos lanzados desde los submarinos aliados. Para ello utilizó los tambores perforados que su amigo pianista George Antheil instalaba en las pianolas, y las adaptó para aplicarlas a la modulación de señales en espectro expandido que emitía música y que al azar intercalaba señales para dirigir los torpedos teledirigidos por radio sin que el enemigo pudiera detectarlos a tiempo. Este “sistema de comunicación secreta” fue patentado por Hedy y Antheil en 1942 y ofrecido a la marina estadounidense. Pero el sistema fue rechazado porque su desarrollo implicaba una gran inversión de dinero y la instalación de instrumentos de gran tamaño. Recién durante la crisis de los misiles de Cuba de 1962 y de la guerra de Vietnam los militares recogieron la idea y, con ayuda de la tecnología de los microprocesadores que recién empezaba a desarrollarse, pudieron aplicarla a los fines originales. Pese a la existencia de la patente, y porque Hedy había firmado con su entonces apellido de casada y además no era todavía ciudadana estadounidense, ni ella ni Antheil recibieron ni un solo centavo por esa idea (y que, según algunos cálculos, a valores actuales le hubiera producido una ganancia de treinta mil millones de dólares). Como se dijo antes, este sistema fue el antecedente de lo que conocemos como wi-fi, bluetooth, GPS, los controles remotos de la tele y otras “pequeñeces”.

Digresión 3:

Cuanto más envejecía, más se encerraba Hedy en su casa, más crecía su adicción al alcohol y más cirugías estéticas se hacía. En una de sus últimas apariciones públicas en una entrevista por televisión, el entrevistador le preguntó por su imagen. Tenía 55 años pero gracias a las intervenciones plásticas aparentaba muchos menos. Ella se volvió hacia un joven colaborador del programa, un tal Woody Allen, y le preguntó: “No sé qué es la imagen. ¿Cuál es tu imagen, Woody?”. El joven cómico, embobado, le respondió: “La misma que la tuya”.

En 1965 firmó con la MGM un contrato por doscientos mil dólares por la publicación de sus memorias, para lo que grabó cincuenta horas de confidencias, muchas de las cuales eran inventadas y contradictorias, que dos escritores fantasma de la Metro transcribieron. Cuando el libro se publicó, Hedy se disgustó mucho con el resultado, tildándolo de “ficticio, falso, vulgar y obsceno”. Pidió una indemnización de diez millones de dólares y quiso que se retirara la edición, pero cuando se negaron a hacerlo, los demandó. Resultaba cómico que la autora de una autobiografía se autodemandara. Por supuesto, el reclamo no prosperó, entre otras cosas porque había firmado el contrato antes de leer el libro.

Lamarr murió en su casa de Florida, el 19 de enero de 2000, a los 86 años. Sus cenizas, según su deseo, fueron esparcidas en los bosques de Viena. Un año antes, le habían preguntado cómo le gustaría morir, y ella confesó “Preferiblemente, después del sexo”.

Digresión 4:

Como ni el gobierno estadounidense ni quienes lucraron con sus ideas le reconocieron nunca sus méritos, sus últimos fueron años de aislamiento total y de amargura. Pero en 1997, cuando tenía ochenta y tres años, le fue concedido el Pioneer Award por sus ideas innovadoras, del que solamente dijo: “it’s about time” (ya era hora).

HEDY LAMARR
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