19 de septiembre de 2021: 36 aniversario de su fallecimiento.

Si existiera una lista de autores a los que la Academia Sueca ignoró, negándoles el premio que merecían, seguramente incluiría a Marcel Proust, Franz Kafka, James Joyce y Jorge Luis Borges, entre otros. Y también creo que uno de los infaltables en esa lista sería Italo Calvino. Entre otras cosas, porque comparto su Seis propuestas (de las que solamente logró esbozar cinco) para los escritores del milenio actual: levedad (para evitar la sobrecarga de lo actual), rapidez (exaltando las formas breves y la digresión como estrategia de concisión), exactitud (precisión en el lenguaje), visibilidad (tendiendo un puente entre el imaginario y las imágenes) y multiplicidad (conciencia de lo que se sabe y de lo que no se sabe).

Italo Calvino nació en Santiago de las Vegas, ciudad de La Habana, Cuba, el 15 de octubre de 1923. Sus padres eran italianos y le pusieron su nombre para que tuviera siempre presente su herencia italiana. El padre era un ingeniero agrónomo que enseñaba agricultura tropical en la Universidad de Turín. Por sus ideas de izquierda, tuvo que emigrar primero a México y luego a Cuba. La madre, que era botánica y también profesora universitaria, le dio al hijo una educación laica y antifascista. Poco después del nacimiento de Italo, la familia volvió a Italia. Siguiendo los pasos de los progenitores, cuando llegó a la edad universitaria, Italo se inscribió en 1941 en la facultad de Agronomía de la Universidad de Turín. Poco tiempo duró su vida universitaria. Cuando estalló la segunda Guerra Mundial, fue convocado a las filas, pero antes de su incorporación desertó junto con su hermano Floriano, que llegó a ser un notable geólogo, y se unió a los partisanos de la Brigada Garibaldi. Al finalizar la guerra, Calvino volvió en 1944 a Turín, donde empezó a escribir para varios periódicos y se inscribió en la carrera de Letras en la universidad. También se afilió al partido Comunista. Sus mejores amigos eran Cesare Pavese y Elio Vittorini, con quienes trabajó para la editorial Einaudi, primero en el departamento de publicidad y luego como editor. Uno de sus méritos fue incorporar al catálogo de Einaudi a escritores latinoamericanos, como el argentino Jorge Luis Borges y el uruguayo Juan Carlos Onetti. En 1947 publicó su primera novela, El sendero de los nidos de araña, en la que relataba sus experiencias junto a los partisanos, y en 1949 un libro de cuentos: Por último, el cuervo. En ambos se nota la influencia de la temática del neorrealismo italiano. Pero abandonó esta forma cuando en 1952 comenzó a publicar una trilogía con forma de narraciones fantástica: El vizconde demediado, El barón rampante de 1957, y El caballero inexistente de 1959.

Digresión 1:

El vizconde demediado es un cuento corto sobre un caballero medieval que se divide por la mitad mientras lucha en una de las cruzadas. Una de las mitades es remendada y devuelta a su pueblo, al que llega a gobernar con mucha crueldad. La otra mitad, que en principio es dada por muerta, también es remendada y regresa al mismo pueblo, pero con esta mitad está lleno de bondad y preocupado por el bienestar de la gente. Obviamente, no era una escritura «socialmente comprometida» como se esperaba de él, pero con la que insistió en El caballero inexistente, que es la historia de otro cruzado de Carlomagno, pero que en realidad es una armadura vacía que se mueve solamente por su fuerza de voluntad. «Escribí sobre lo único de lo que tenía que hablar: mi relación con los problemas de mi propio tiempo y de mi propia vida» explicó. Sus cuentos se basan en el humor y la indirecta, como también lo habían hecho Dante y Manzoni. Frente a la violencia y la corrupción de la Italia, Calvino recurría al pasado para conectar el presente con la historia.

Después de la invasión soviética a Hungría en 1956, Calvino, que ya estaba harto de escribir sobre temas ideológicos en el diario partidario L’Unitá, renunció al partido Comunista, aunque después aclaró que «todavía soy izquierdista, pero solo porque no quiero ser un derechista. Es una cuestión de viejas lealtades». Ese año publicó los Cuentos populares italianos, libro en el que recopiló historias populares traducidas de los dialectos locales. Luego incursionó hacia nuevas formas narrativas, adoptando muchas de las técnicas usadas en la elaboración de historietas. A comienzos de la década de los años ‘60, Calvino se acercó al llamado Gruppo 63, que reunió a intelectuales, músicos y plásticos, entre los cuales estaban Nanni Balestrini y Umberto Eco, que proponían modalidades rupturistas, conformando un neo-vanguardismo, utilizando un lenguaje experimental alejado del realismo. En 1963 Calvino publicó Marcovaldo, veinte relatos, cada uno dedicado a una estación: verano, otoño, invierno y primavera; el ciclo de las cuatro estaciones se repite por tanto cinco veces en el libro. Todos los relatos tienen el mismo protagonista, Marcovaldo, y presentan más o menos un esquema idéntico. El texto de presentación dice: «En medio de la ciudad de cemento y asfalto, Marcovaldo va en busca de la Naturaleza. Pero ¿existe todavía la Naturaleza? La que él encuentra es una Naturaleza desdeñosa, contrahecha, comprometida con la vida artificial».

En lo personal, algunas experiencias influyeron en Calvino: volvió a Cuba en 1964, donde había nacido y que había dejado siendo muy niño, y entrevistó a Ernesto Guevara. Allí conoció a Esther Judit Singer, Chichita, una traductora de origen argentino que trabajaba en la UNESCO, con quien se casó y se instalaron en Roma. Allí nació su única hija, Giovanna. En 1967 la familia se trasladó a París, donde Italo se interesó por las ciencias naturales y la sociología.

Digresión 2:

En 1971 se produjo en Cuba el encarcelamiento del poeta cubano Heberto Padilla, por considerar que había incurrido en «actividades subversivas» contra el gobierno de la revolución cubana, a la que siguió una falsa «autocrítica», que muchos consideraron que había sido lograda mediante presiones físicas o psicológicas. El hecho provocó gran indignación entre los intelectuales de izquierda del mundo, todos simpatizantes de la revolución, que publicaron una carta dirigida al primer ministro cubano Fidel Castro, en la que expresaron su preocupación por la detención de Padilla. Sostuvieron que «el uso de medidas represivas contra intelectuales y escritores que han ejercido el derecho a la crítica dentro de la revolución sólo puede tener repercusiones profundamente negativas entre las fuerzas antiimperialistas del mundo entero». Entre los firmantes estaban Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Marguerite Duras, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Jean-Paul Sartre y, por supuesto, Italo Calvino.

En 1972 apareció Las ciudades invisibles, el hermoso libro en el que Calvino invita a encontrar lugares inexistentes, donde la humanidad en crisis pueda hallar las ciudades escondidas, las ciudades y los ojos, las ciudades y los cielos, las ciudades y el nombre. Y propone hacerlo mediante un diálogo, como el imaginado entre del emperador tártaro Kublai Kan y el célebre viajero italiano Marco Polo. Un libro que es, según Calvino, «un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades… cuando las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles». En 1980 Italo y Chichita volvieron a Roma, donde tres años después publicó Palomar, un libro pleno de reflexiones filosóficas y descripciones. El 6 de septiembre de 1985, mientras estaba de vacaciones en las playas de la Toscana, sufrió un ictus cerebral y falleció unos días después, en la ciudad de Siena, el 19 de septiembre. Faltaban tres semanas para que cumpliera 63 años.

Digresión 3:

Cuando lo sorprendió la muerte, Calvino estaba preparando una serie de conferencias que dictaría en la universidad de Harvard, y que luego se conocerían como las Seis propuestas para el próximo milenio, o Lezioni americane. Avizorando el milenio próximo, Calvino quiso retratar los valores que, para él, deberían conservar las obras literarias del futuro. El trabajo quedó inconcluso, y en sus notas solo alcanzó a definir cinco de los seis valores en que pensaba: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. En el texto póstumo que se editó luego, su esposa Chichita dijo que creía que el sexto podría ser la consistencia. Pero con el final involuntariamente abierto, otros arriesgaron diversas interpretaciones: Ricardo Piglia, por ejemplo, propuso que fuera deslizamiento, o desplazamiento.

Como curiosidad:

Calvino era un tanto brusco, de pocas palabras, tal vez por su extrema timidez y su carácter introvertido y discreto. Por eso dijo alguna vez que quería ser «un escritor invisible». Recuerdo que en una de las tantas anécdotas que se cuentan sobre Borges, escritor que influyó mucho en Calvino, ambos se encontraron en un hotel de Sevilla, en 1984. Chichita se puso a conversar con Borges mientras que Calvino permanecía apartado, en silencio. Tanto que a Chichita le pareció que debía advertir al escritor ciego de su presencia, y le informó: «Borges, Italo también vino…». A lo que Borges contestó: «Lo reconocí por su silencio».

El obituario del NYT lo calificó como «el maestro de la fantasía alegórica… un Don Quijote que sabía muy bien lo que son los sueños y lo que es la realidad, y que vivió ambas con los ojos bien abiertos.» (v. The New York Times del 19 de septiembre de 1985).

ITALO CALVINO
/a>