131 aniversario de su nacimiento
Anna Ajmátova nació el 23 de junio de 1889 en Odesa, puerto de Ucrania sobre el Mar Negro y parte entonces del Imperio Ruso. Hija de un ingeniero naval y biznieta de una princesa tártara de la que Anna adoptó el apellido después de que su padre le exigiera que no publicara su poesía con su apellido original, Górenko. A los trece años recitaba los poemas de Verlaine y Baudelaire. Estudiante de derecho y de letras en la universidad de San Petersburgo, pronto empezó a escribir poesía y ensayos literarios. Se casó con un poeta revolucionario, Nikolai Gumiliov, con el que adhirió a la corriente acmeísta, un grupo literario opuesto al simbolismo ruso, que creía en la claridad y sobriedad de la poesía. Gumiliov será fusilado en 1921, acusado de conspiración contra la URSS. De esa unión, nació en 1912 un hijo, Lev. En 1912 aparece su primer libro, La tarde. Anna tuvo dos matrimonios más. Su tercer marido, Nikolai Punin, historiador del arte, murió en el gulag en 1938. Perseguida, porque el contenido de su obra no se adaptaba a los criterios literarios del comunismo soviético, Anna fue acusada de traición y desterrada en Tashkent, en Asia central.
Digresión:
Después de la Revolución de 1917, el gran propagandista poético fue Vladimir Maiacovski, cuyo manifiesto inicial se titulaba “Bofetada al gusto del público”. Innovador, Maiakovski fue el creador de los mejores carteles de propaganda soviéticos que hoy se coleccionan con ansiedad. Pero con similar entusiasmo llegó a escribir:
El canto y el verso son bomba y bandera.
La voz de su cantor la clase alzará.
Y aquel que con nosotros hoy no cante,
contra nosotros está.
Pero Maiakovski se suicidó en 1930. “Por razones personales”, escribió en su nota de despedida.
Anna Ajmátova volvió a Leningrado en 1944, cuando era una ciudad en ruinas, después de tres años de asedio nazi. Con empecinamiento, Ajmátova sobrevivió haciendo traducciones (tradujo a Leopardi, entre otros), daba recitales de poesía para los heridos de guerra y vivió miserablemente en la casa de algunos amigos, como Osip Mandelshtam, otro poeta que se había referido a Stalin como “el montañés del Kremlin”, por lo que había sido deportado en 1938 a un campo de concentración de Siberia, donde murió a causa de los sufrimientos del encierro.
En 1946, el Partido Comunista de la URSS criticó a varias revistas literarias que publicaban obras de Ajmátova, entre otros. El que entonces era el guardián ideológico del partido, Andrei Zhdanov, calificó a Anna como «una representante de la ciénaga, reaccionaria y carente de ideas… portaestandarte de una poesía vacía, abstrusa, aristocrática y de salón»…»no se sabe si es una monja o una mujer de la vida» (el documento de Zhdanov figura en Réquiem, Galaxia Gutenberg, Barcelona, pág. 188). Enseguida, los criticados fueron expulsados de la Unión de Escritores Soviéticos lo que significaba también la prohibición de la publicación de sus obras y la denegación de las cartillas de racionamiento en medio de la hambruna de posguerra en la devastada Leningrado.
“Me separaron del único hijo,
torturaron a mis amigos en los calabozos,
me rodearon con empalizadas invisibles,
me premiaron con la mudez,
mendigando la condena por el mundo,
me llenaron de calumnias…”
Anna Ajmátova, junto con Boris Pasternak, Osip Mandelshtam y Marina Tsvetáieva fueron los grandes poetas rusos del siglo XX. Anna de todas las Rusias, llamó Marina Tsvetáieva a su gran amiga y camarada en el sufrimiento. Pero Marina fue la exiliada, la extranjera casi para siempre. Terminó suicidándose. Anna, en cambio, fue la resistencia. La que permaneció en Rusia, y envejeció aislada y censurada y viendo morir a sus amigos bajo los golpes del régimen. Fusilaron a su primer marido, y su tercer marido murió en la prisión, y su hijo fue encarcelado y recluido en campos de trabajo durante diez años. Y siempre censurada.
Jamás busqué refugio bajo un cielo extranjero,
ni amparo procuré bajo alas extrañas,
Junto a mi pueblo permanecí estos
Su libro más importante se llama Réquiem. Es una misa de difuntos, un poema lleno de sufrimiento y de misterio, es el poema de un pueblo humillado y también de una mujer humillada. Cuando su hijo fue encarcelado y se le prohibió verlo, la escritora se negó a silenciar su voz y siguió adelante con su Réquiem, en el que explica que en la Rusia de entonces los únicos que estaban en paz eran los difuntos y que los vivos pasaban su vida yendo de una cárcel a otra.
Hace diecisiete meses que grito
llamándote a casa.
Me he arrojado a los pies del verdugo,
por ti, hijo mío.
En mi edición del Réquiem (Galaxia Gutneberg, Círculo de Lectores, Barcelona, 2000, pág. 33) se incluye un texto de una edición anterior de 1957, titulado A modo de introducción (en otras ediciones es En vez de prólogo), que abre el poemario:
En los terribles años de la yezhovzhina (se refiere a Nikolai Yhezhov, comisario del interior (NKVD) y director de la policía secreta soviética de Stalin, fusilado a su vez en 1940, RN) pasé diecisiete meses en las filas frente a las cárceles de Leningrado. Un día, alguien me reconoció. Entonces, una mujer de labios morados que ocupaba su lugar detrás de mí y que, por supuesto, jamás había escuchado mi nombre, pareció despertar del letargo en el que permanecíamos sumidas y me preguntó al oído (porque allí todos hablaban en voz muy baja):
¿Y usted podría describir esto?
Yo repuse:
Sí, puedo.
Entonces, una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro.
Digresión:
En 1945, después de la guerra, un joven Isaiah Berlin (inglés de origen ruso, que estaba incorporado al servicio diplomático británico en la URSS y que luego sería un destacado académico historiador de las ideas), visitó a su admirada Ajmátova. Para ambos la reunión que tuvieron, y que duró 20 horas, dejó una huella imborrable. Ajmátova menciona el encuentro en varios poemas. Berlín, en cambio, hizo un relato pulcro y muy inglés, pero dejando claro que Anna había producido en él una gran conmoción). Como Stalin sospechaba que Berlín trabajaba para la inteligencia británica, descargó su furia sobre Ajmátova. Su hijo Lev fue detenido, y pasó varios años en prisión.
Sobre la entrevista de Ajmátova con Isaiah Berlin, puede leerse:
http://www.chasque.net/frontpage/relacion/0606/historia.htm
En la década de 1960, Anna empezó a ser reconocida internacionalmente. En 1962 fue nominada al premio Nobel, pero no lo consiguió. En 1964 recibió el Premio Internacional de Poesía en Taormina, Italia, y en 1965 el doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford.
Igual que César Vallejo, Anna Ajmátova supo predecir su muerte:
Eso ocurrirá un día en Moscú
cuando abandone la ciudad para siempre
Y retorne al anhelado hogar
Dejando entre ustedes sólo mi sombra.
Y sí, murió en Moscú, el 5 de marzo de 1966, a los 77 años. Sus obras, que se tradujeron a muchas lenguas fuera de Rusia, se publicaron íntegramente en su país recién en 1990.
Para empezar a leer a Ajmátova: https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-anna-ajmatova/
y también en:
http://amediavoz.com/ajmatova.htm