7 de octubre de 2020: 171 años de su fallecimiento.

En la amplia galería de los personajes trágicos, Poe merece un lugar destacado. Su vida fue desgraciada, vivió en la pobreza, escribió para poder comer, se hundió en el horror del alcohol y del opio, y tuvo un final tristísimo. Para completar el círculo de sus fracasos, hasta en la muerte le falló la suerte. Cuando murió en la miseria en 1849, su tumba careció de una lápida que lo recordase. Años después, un pariente pudo encargar una que fue destruida en el mismo taller donde se fabricó, por la vía que pasaba cerca, un tren descarriló y la lápida se hizo pedazos. Pasaron veinte años antes de que un grupo de admiradores de Poe hicieran una suscripción y mandaran a fabricar una modesta piedra, que hoy lo recuerda en el cementerio de Baltimore.

Edgar A. Poe nació en la ciudad de Boston, Estados Unidos, el 19 de enero de 1809. Sus padres actuaban en una compañía teatral que apenas sobrevivía, interpretando a Shakesperare o dramas de autores desconocidos. Murieron cuando era apenas un niño, y fue recogido por el acomodado matrimonio Allan, que vivía en Richmond, en el sur esclavista estadounidense. El hecho de que nunca fuera adoptado legalmente, aunque Edgar agregara el apellido a su nombre, siempre fue motivo de rencor y de disgustos entre ellos. La frondosa imaginación del joven Edgar, que luego se reflejaría extensamente en sus escritos, lo llevó a pergeñar desde una falsa genealogía nobiliaria, hasta creerse “un caballero del sur”, consentido por nodrizas negras y criados esclavos. Educado en las pedantes escuelas sudistas, el adolescente proclive a enamoramientos intensos y fugaces, pronto empezaría a escribir poesías de claras influencias románticas. La madre adoptiva murió y con ella se fue de Edgar la poca ternura que había recibido. El padrastro, que quería que Edgar se convirtiera en un abogado rico, era cada vez más severo y exigente a cambio del poco dinero que recibía Edgar aparte de sus colegiaturas. Mientras tanto, el joven Poe jugaba y perdía, y comenzaba a beber sin medida. Distanciado definitivamente del padrastro y sin recursos ni trabajo, se enganchó en el ejército como soldado raso. No pasó mucho tiempo antes de que se rebelara contra su situación, y luego de un paso fugaz por la academia militar de West Point y una más rápida expulsión de la misma, regresó a Baltimore y se fue a vivir a la casa miserable de una tía, María Clemm, donde también vivía su prima Virginia, apenas una niña, de la que Poe se enamoró y que sería su esposa y su pasión hasta la muerte de ella. Para entonces, había logrado publicar algunos de sus poemas, y empezó a interesarse por el cuento.

Digresión 1:

Ricardo Piglia, en un seminario de 1995 sobre la teoría de la prosa, escribió que “no es que Poe haya inventado el cuento, que existía desde siempre (…), sino que fue el primero que pensó en la forma; que no solo escribió cuentos admirable sino que fue capaz de decir algo sobre esas cosas”.

En 1833, Poe se presentó a un concurso de cuentos organizado por un periódico local, con “Manuscrito hallado en una botella”, y ganó el primer premio de 50 dólares. Un año después, su prima Virginia, de trece años, se convirtió en su novia y luego en su esposa. Poe tenía entonces veintiséis. Mucho se discute entre los biógrafos de Poe acerca de este casamiento. No porque las mujeres de la época no se casaran a esa edad, sino por la razón de hacerlo. Muchos acuerdan en que es posible suponer que Poe tenía una insuficiencia sexual, producto tal vez del consumo de opio y alcohol, y que este matrimonio le daba al menos una fachada de moralidad. Además, ella tenía algún retraso neurológico, por el que siempre tuvo la conciencia de una niña pequeña. Con cierto prestigio literario, Poe fue invitado a participar en la redacción de una revista, la Southern Literary Messenger, que fue su primer empleo estable, aunque con escasa remuneración (recibía diez dólares a la semana). Julio Cortázar, lo describe así en su prólogo a la edición de sus Cuentos: “La madurez física le sentaba bien a Edgar. Sus pulcras, si bien algo raídas ropas, invariablemente negras, le daban un aire fatal en el sentido byroniano, presentes ya en los fetichismos de la época. Era bello, fascinador, hablaba admirablemente bien, miraba como si devorara con los ojos, y escribía extraños poemas y cuentos que hacían correr por la espalda ese frío delicioso que buscaban los suscriptores de revistas literarias al uso de los tiempos”. Las continuas borracheras lo pusieron varias veces al borde de perder el empleo, aunque el director de la revista lo mantuvo en el puesto un año más. Además, su fama de crítico implacable y certero lo sostenían, y el público de la revista lo apoyaba. Pero las frecuentes recaídas en el alcoholismo y las deudas cada vez mayores que lo perseguían lo llevaron a renunciar a la revista y a abandonar Richmond para probar suerte en Nueva York. Sin la obligación de escribir para la revista, tuvo un largo periodo de fertilidad literaria, aunque acompañada por la estrechez económica. Los cuentos que publicó a partir de 1838 (“Berenice”, “Ligeia”, “La caída de la casa Usher”) empezaron a revelar el lado anormalmente sádico y necrofílico de su genio, con el trasfondo de su adicción al opio. Durante un periodo en el que trabajó como asesor literario de otra revista, pudo tener un poco de tranquilidad y reunió sus relatos en un libro titulado Cuentos de lo grotesco y lo arabesco, de 1839. La calidad de su aporte a la revista que lo empleó se reflejó en el crecimiento de suscriptores durante el periodo en que trabajó allí: de cinco mil pasaron a cuarenta mil. Para mostrar al mundo que sus trabajos no podían ser considerados solamente como mórbidos o siniestros, publicó algunos que hoy se consideran “analíticos”, como “Los crímenes de la calle Morgue” de 1841 y “El misterio de Marie Roget” de 1843. (Los datos de este resumen biográfico están tomados del prólogo de Julio Cortázar a la edición de los Cuentos, Alianza Editorial, Madrid 1996, traducidos al castellano por el mismo Cortázar).

Digresión 2:

“Los crímenes de la calle Morgue” y “El misterio de Marie Roget” son señalados como el nacimiento del relato policial en la literatura universal. Poe introduce en ellos a Auguste Dupin, el famoso detective que descubría los crímenes mediante el procedimiento deductivo y racional, rasgos que seguramente Poe identificaba con los de su propia personalidad. Es fácil reconocer en el detective parisino al antepasado del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle y el Hércules Poirot de Agatha Christie, así como de los más modernos Philip Marlowe de Raymond Chandler y el Sam Spade de Dashiell Hammett.

En 1842 la niña/esposa de Poe tiene el primer ataque de una tuberculosis que la llevaría a la tumba, y ese episodio marca la etapa final de la vida del poeta. La caída fue relativamente larga, pero trágica y tormentosa. Borracheras espantosas que duraban días en los que Poe se perdía y aparecía días después en lugares tenebrosos, recaídas en el opio, y una producción literaria lúgubre y escasa. Sin embargo, su genio no dejaba de procrear obras de calidad como su poema “El cuervo” de 1845, el preanuncio de su muerte, y su último poema “Annabel Lee” de 1849, la despedida de la mujer amada.

La traducción al castellano de Julio Cortázar del poema “El cuervo” y el original en inglés pueden leerse en https://narrativabreve.com/2017/02/el-cuervo-allan-poe-en-estado-puro.html.

Virginia Clemm murió en enero de 1847, a los 25 años. Edgar Allan Poe la seguiría poco después. Sobre su final hay distintas versiones, pero es posible que en medio de la depresión y la confusión en la que vivía embarcara rumbo a Baltimore, pero su rastro se perdió allí durante unos días hasta que reapareció internado en un hospital, donde su vida se extinguió el 7 de octubre de 1849. Solo tenía 40 años. Se dice que perdió la conciencia en una taberna, lugar en el que se realizaban unas elecciones políticas locales, y donde el candidato hacía votar a los borrachos varias veces a cambio se alcohol gratis.

Digresión 3:

La extensa producción narrativa de Poe, y también algunos de sus poemas, sirvieron para generar una gran cantidad de obras cinematográficas y programas de TV. Más de 250 según la compilación realizada por Internet Movie Database (ver www.imdb.com). De ellas, destaco como curiosidad la película francesa de 1968 “Histories extraordinaries”, con tres directores (Federico Fellini, Louis Malle y Roger Vadim ) que en tres episodios trasladan a la pantalla tres relatos de Poe (“Toby Dammit”, “Willam Wilson” y “Metzengerstein”), con un reparto que incluía estrellas de la magnitud de Jane Fonda, Alain Delon, y Brigitte Bardot entre otros. También recuerdo la película “Obras maestras del terror”, de 1960, dirigida por el argentino Enrique Carreras, con la actuación de Narciso Ibáñez Menta y guión de su hijo, Narciso Ibáñez Serrador. Los cuentos elegidos eran “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, “El barril de amontillado” y “El corazón delator”. El prolífico director estadounidense Roger Corman dirigió varias películas de bajo presupuesto, adaptando cuentos de Poe. Por ejemplo, “La caída de la casa Usher” (de 1960), “Cuentos de terror” (de 1962) y “La tumba de Ligeia” (de 1964), todas protagonizadas por el siempre villanoVincent Price.

Digresión 4:

Jorge Luis Borges le dedicó a Edgar Allan Poe un lúgubre poema, como correspondía:

Pompas del mármol, negra anatomía
que ultrajan los gusanos sepulcrales,
del triunfo de la muerte los glaciales
símbolos congregó. No los temía.

Temía la otra sombra, la amorosa,
las comunes venturas de la gente;
no lo cegó el metal resplandeciente
ni el mármol sepulcral sino la rosa.

Como del otro lado del espejo
se entregó solitario a su complejo
destino de inventor de pesadillas.

Quizá, del otro lado de la muerte,
siga erigiendo solitario y fuerte
espléndidas y atroces maravillas.

Obras completas, Emecé Editores, Barcelona 1989, T. II p. 290.

Digresión 5:

Charles Baudelaire, el poeta romántico francés por antonomasia, fue el traductor al francés de la obra de Edgar Allan Poe. Su admiración por el estadounidense se percibe claramente en su poesía. Sobre Poe escribió: “La primera vez que abrí un libro escrito por él, vi con espanto y fascinación no solo temas que yo soñé, sino frases pensadas por mí y escritas por él veinte años antes”.

EDGAR ALLAN POE
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