11 de julio de 2020: 25 años del genocidio.
Después de la Primera Guerra Mundial, grandes zonas de Europa que antes formaban parte del imperio austrohúngaro fueron reagrupadas según los intereses políticos y económicos de las potencias vencedoras. Serbia fue fusionada con Eslovenia (antes territorio austríaco) para formar en 1918 el reino de Yugoslavia, junto con Croacia (antes de Hungría) y Montenegro (que era un reino independiente), además de Macedonia (actual República de Macedonia del Norte). Por otro lado, se inventó Checoslovaquia, con los antiguos territorios checos, más Eslovaquia y Rutenia (antes, parte de Hungría). Estas construcciones tenían que ver con los renacidos nacionalismos, unidos por una etnia común, como los eslavos del sur (Yugo= sur, slavia= eslavos). Pero eran matrimonios políticos que “celebrados por la fuerza, tuvieron poca solidez”, como señaló con acierto el historiador inglés Eric Hobsbawm (en Historia del siglo XX, pág. 41, Ed. Crítica, 1995). En 1941 los Balcanes fueron invadidos por la Alemania nazi, provocando una resistencia enconada, que encabezaron los partisanos del Partido Comunista liderados el croata Josip Broz, más conocido como “el mariscal Tito”. Después de la derrota nazi y la toma del poder por Tito y sus guerrilleros no pasó mucho tiempo antes de que el socialismo “nacional” de Tito, basado en una economía auto gestionada, enfrentara el dominio soviético en 1948 prefiriendo ocupar un lugar más cómodo, como el del Movimiento No Alineado que se formó después, en 1956. Después del colapso de la URSS en 1989, la fuerza centrípeta de los nacionalismos balcánicos se vio reforzada por un componente importante, además del étnico-lingüístico, el religioso. Los serbios eran en su mayoría cristianos ortodoxos, los bosnios eran musulmanes, y los croatas eran católicos. Yugoslavia estalló, dividiéndose en varias naciones enfrentadas entre sí.
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Igual que ocurrió en otros momentos de la historia y en otras regiones del planeta, las fronteras de los estados no necesariamente corresponden con los grupos étnicos que vivieron ancestralmente en esos territorios. Un claro ejemplo de ello, es lo que ocurrió en Ruanda y Burundi, en la región de los Grandes Lagos de África central, donde la minoritaria etnia tutsi, protegida por los colonizadores belgas, fue prácticamente exterminada por la mayoría hutu. En 1994, durante la dominación de Bélgica en ese territorio que hoy son de Ruanda, Burundi, el llamado Congo belga y otras zonas, las autoridades coloniales belgas establecieron un sistema de castas en donde los tutsi eran beneficiados sobre los hutu. La rebelión de los hutu fue inevitable, y en la masacre fueron asesinados cerca de un millón de tutsis, casi el 70% de la población de esa etnia en la región.
Cuando en 1992 se produjo la desintegración de Yugoeslavia, como hemos señalado, tres etnias eslavas con diferentes religiones se enfrentaron entre sí: serbios, croatas y bosnios. Pero no todos los serbios vivían en Serbia, ni los bosnios dentro de las fronteras de ese país. Además, los habitantes de origen albanés eran mayoritarios en la región de Kosovo, en el interior de la región serbia. En tres años de guerra murieron más de 100.000 personas.
Los refugiados bosnios musulmanes que habitaban en Serbia se refugiaron en Srebrénica y en las aldeas del valle de Drina, donde los defendía un pequeño grupo de restos del ejército bosnio y algunos milicianos musulmanes locales. Los serbios pusieron sitio al lugar. La ONU declaró “lugar seguro” a Srebrénica bajo protección del organismo internacional, y envió un contingente de cascos azules holandeses bajo el mando del comandante Thomas Karremans. Los serbios, comandados por el general Ratko Mladic, sitiaron la región, y acordaron con Karremans los términos de la ocupación de la ciudad. Ambos celebraron con un brindis el acuerdo.
Durante la noche del 6 de julio de 1995, tropas serbias avanzaron sobre la sitiada zona de Srebrénica, junto con voluntarios paramilitares griegos. El jefe militar serbio en Bosnia, el general Ratko Mladic comandaba a los genocidas, secundado por Ljubisa Breara. La ciudad fue asaltada. El 11 de julio, 15.000 bosnios musulmanes, hombres y niños, huyeron a los bosques tratando de encontrar seguridad. Treinta mil habitantes de la región se habían refugiado en el complejo de edificios ocupados por los holandeses de la ONU. Sin embargo, éstos miraron sin oponerse cuando las tropas serbias sacaban de allí a centenares de hombres y niños para ejecutarlos, mientras llevaban a las mujeres y niñas al territorio controlado por los serbios. Muchas fueron entregadas a los serbios por los mismos cascos azules holandeses. Soldados serbios de Mladic las subían en autobuses con falsas promesas: “No tengan miedo, nadie les hará daño”, les decía Mladic. Las matanzas de los hombres y niños comenzaron ese día y duraron hasta el 16 de julio. Miles de bosnios musulmanes fueron fusilados en grupos, o con un tiro en la cabeza o cortándoles la garganta. También los encerraban maniatados en graneros abandonados que luego incendiaban o los hacían explotar. Tratando de ocultar los cadáveres, utilizaron unas excavadoras para enterrarlos en fosas comunes. Según informes conocidos posteriormente, se estima que fueron asesinadas más de 8.100 personas. En los últimos 25 años, los forenses pudieron identificar a unos 6.600 restos humanos recuperados gracias a las pruebas de ADN.
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Varios observadores sostienen que las tropas de la ONU actuaron con una lentitud calculada, dejando que los serbios consumaran la masacre sin reaccionar. Podrían haber pedido la intervención de la fuerza aérea de los EEUU, cuyos aviones habían participado en la guerra serbo-bosnia, pero no lo hicieron. Es posible que Srebrénica fuera la moneda de cambio para que fueran liberados un grupo de cascos azules que los serbios retenían desde hacía dos meses.
Años después de la masacre, en 2004, las autoridades serbias pidieron oficialmente perdón y reconocieron su responsabilidad en 7.800 muertes. En 1996, la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas, una ONG, usó muestras de ADN para identificar a 6.400 víctimas. Después, se afirmó que los asesinados fueron entre 7 y 8.000, gracias al uso de fotografías satelitales con las que pudieron localizar nuevos enterramientos. En 2005 el gobierno serbio dijo que casi 20.000 serbios estuvieron implicados en las operaciones de “limpieza étnica”.
Cuando lo ocurrido se conoció en Europa, repercutió en forma especialmente grave en los Países Bajos (Holanda), cuyos cascos azules tenían la misión de proteger la ciudad pero se retiraron de la misma. Una comisión parlamentaria investigó el caso señalando en su informe de 2002 como culpable último al entonces primer ministro Wim Kok, lo que llevó a la caída del gobierno. Tiempo después, tribunales holandeses admitieron en 2011 la culpabilidad de tropas de ese país en Bosnia, y en 2014 de ser responsables de la muerte de los bosnios de Srebrénica, y que los parientes era sujetos a ser recompensados. Fue la primera vez que un país fue declarado responsable por las acciones de sus fuerzas de paz operando bajo mandato de la ONU.
En 2001 el Tribunal Penal Internacional Para la ex Yugoslavia formado por la ONU para juzgar a los responsables, sentenció a Ratko Mladic, Ljubisa Breara y otros oficiales serbios a cadena perpetua. También encontró culpable a Radovan Karadzic y a otros 50 funcionarios del gobierno serbio, muchos de ellos militares y policías. Karadzic se fugó, pero fue recapturado en 2008 y condenado en 2016 por genocidio y otros nueves crímenes contra la humanidad, y sentenciado a 40 años de prisión. Ratko Mladic, también prófugo, fue detenido en 2011 y condenado a cadena perpetua en 2017. Radislav Kristic, otro de los comandantes militares serbios, fue condenado por asesinato y genocidio. Algunos de los responsables de la masacre se encuentran aún en paradero desconocido.
Slobodan Milosevic, ex miembro de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, era el presidente del gobierno serbio cuando ocurrió la masacre de Srebrénica. Lo fue desde 1989 hasta 2000, cuando fue derrotado electoralmente.
Milosevic había pasado del discurso comunista ortodoxo al nacionalismo más rabioso y excluyente, partidario de la llamada “limpieza étnica”. Reclamado más tarde por el Tribunal de La Haya como autor del genocidio en la guerra serbio bosnia, las autoridades del nuevo gobierno serbio entregaron a Milosevic al tribunal en 2001, donde fue juzgado por crímenes de guerra. Murió de un infarto en 2017, mientras era juzgado.
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En julio 2015, cuando se cumplían 20 años de la masacre, el gobierno ruso de Vladimir Putin vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaba la matanza y el genocidio. La República Popular China, Nigeria, Angola y Venezuela se abstuvieron. Diez países miembros votaron a favor de la resolución.