8 de agosto de 2020: 141 aniversario de su nacimiento. En 2019 se cumplieron 100 años de su asesinato.

Emiliano Zapata Salazar nació en San Miguel Anenecuilco, estado de Morelos, México, el 8 de agosto de 1879. A pesar de que la leyenda lo exige, no fue un campesino pobre, su familia poseía algunas tierras por lo que sus nueve hijos no sufrieron estrecheces. Nunca fue vestido como tal, con calzón y sombrero de paja, sino siempre con traje de charro, con dos grandes revólveres y un machete. En las numerosas fotografías que le sacaron a Zapata, siempre aparece muy bien vestido de charro, generalmente con sombrero y con una carabina en la mano. Tenía 16 años cuando murió su madre, y 17 cuando la siguió el padre. Como comenzó a darse a conocer por su defensa de los campesinos y su reivindicación de la tierra (“la tierra para el que la trabaja” era una consigna zapatista), en 1897 fue detenido por la policía rural de Cuernavaca, durante la fiesta del pueblo de Anenecuilco. Su hermano Eufemio (después, general del Ejército del Sur de la revolución) logró a punta de pistola que lo dejaran en libertad. Por eso, los hermanos Zapata tuvieron que abandonar el estado de Morelos. Emiliano permaneció un año trabajando en una hacienda de Puebla. Pero en 1906 se presentó en una reunión de campesinos en Cuautla (Morelos) para discutir con ellos la forma de defender sus tierras frente a los atropellos de los propietarios de la tierra. Fue apresado nuevamente, y su rebeldía lo condenó a la leva (incorporación forzosa al ejército). Pero en 1909, Zapata es elegido calpuleque (palabra náhuatl, que significa jefe, líder o presidente) de la Junta de Defensa de las tierras de Anenecuilco y Villa de Ayala. Huido del ejército en 1910, recuperó por la fuerza las tierras de unas haciendas, y las dejó en posesión de los campesinos del lugar. Algunos meses después participó en la reunión que se celebró en Villa de Ayala, con el objeto de discutir lo que después se convertiría en el Plan de Ayala. Para entonces, Francisco I. Madero, un empresario y político liberal de Coahuila, ya había lanzado el Plan de San Luis, que llamaba a tomar las armas contra el gobierno del dictador Porfirio Díaz, bajo el lema “sufragio efectivo, no reelección”. El conflicto armado se inició en el norte del país y posteriormente se expandió a otras partes del territorio nacional. Una vez que los sublevados lograron sus primeros triunfos, Porfirio Díaz presentó su renuncia y se exilió en Francia en 1911. Zapata leyó un ejemplar del plan, especialmente el artículo tercero, que ofrecía la restitución de las tierras a sus «antiguos poseedores». Emiliano Zapata se encaminó al sur, librando varios combates exitosos con los soldados federales enviados para capturarlo. Zapata fue elegido entonces por la junta revolucionaria del sur como jefe revolucionario maderista del sur. En noviembre de 1911 lanzó el Plan de Ayala, que incluía una reforma agraria profunda, reivindicando la propiedad de la tierra según las antiguas tradiciones de los indios y campesinos. En noviembre de 1911 se realizan elecciones en el país, y Madero resultó triunfador. Y llamó a deponer las armas, pero Zapata no imaginaba el desmantelamiento de su ejército sin que a cada combatiente se le otorgue la seguridad de tierras para sembrar a cambio de sus fusiles. Para él, la guerra no terminaba con el derrocamiento del porfirismo, sino con la cristalización del objetivo del pueblo campesino: la devolución de las tierras robadas por los poseedores ilegítimos de las tierras. En agosto de 1911 el debilitado presidente Madero acordó una entrevista con Emiliano Zapata para tratar de encontrar una solución pacífica en el conflicto. Mientras tanto, Zapata era fuertemente criticado por la prensa conservadora del país. En la reunión no se logró ningún acuerdo, porque Madero creía que primero había que hacer una reforma política profunda, mientras que para Zapata era prioritaria la devolución de las tierras robadas por las haciendas. A decir de Zapata, Madero había traicionado la revolución. El gobierno federal reiteró su decisión de imponer el orden por la violencia, y Zapata se desplegó con sus tropas y desarrolló una guerra de guerrillas contra las tropas federales enviadas para derrotarlo, encabezadas por el general Victoriano Huerta. Tratando de conciliar, Zapata se entrevistó con Madero en México, donde sostuvieron una fuerte discusión. Madero cometió el error de ofrecerle a Zapata una hacienda en el estado de Morelos «como pago a sus servicios a la Revolución», cosa que enfureció a Zapata, que le contestó: “No, señor Madero. Yo no me levanté en armas para conquistar tierras y haciendas. Yo me levanté en armas para que al pueblo de Morelos le sea devuelto lo que le fue robado. Entonces pues, señor Madero, o nos cumple usted, a mí y al estado de Morelos lo que nos prometió, o a usted y a mí nos lleva la chingada”.

Zapata reivindicaba el Plan de Ayala, en el que se exigía la redención de los indígenas y la repartición de los latifundios creados durante el porfiriato. Y además, agregaba el desconocimiento de Madero como presidente.

En febrero de 1913 Francisco Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez fueron asesinados por orden del golpista general Victoriano Huerta, con la canallesca intervención del embajador estadounidense, Henry Lane Wilson. Entonces, la lucha armada se exacerbó y Zapata fue uno de los jefes revolucionarios más importantes, llegando a dominar los estados de Morelos y parte de Guerrero, Puebla, Tlaxcala y del estado de México. Su ejército constaba ya de 27.000 hombres, amenazando la ciudad de México. La población de la capital del país, huía al saber la cercanía del ejército de Zapata, que era llamado “el Atila del sur”. Mientras el general Francisco Villa operaba en el norte del país, el general del autodenominado ejército constitucionalista Venustiano Carranza, avanzaba desde Coahuila, adelantándose a Zapata y ocupando México. El mismo mes, Emiliano Zapata, desde su cuartel general de Cuernavaca, promulgó la entrega de tierras a los pueblos. Invitado a participar en la Convención de Aguascalientes convocada por Venustiano Carranza, que la llamó Gran Convención de jefes militares, Zapata no fue en persona, pero envió a una comisión, igual que Pancho Villa, quienes quedaron en calidad de observadores hasta que la Convención optó por desconocer a Carranza como presidente y designar a Eulalio Gutiérrez como presidente provisional de México, lo que provocó la continuación de la guerra civil. A finales de noviembre, la División del Norte de Villa y el Ejército Libertador del Sur entraron en la ciudad de México.

Digresión 1:

En el libro de Friedrich Katz sobre Villa que cité ampliamente en mi anterior nota sobre Francisco Villa, hay un interesante pasaje sobre la entrevista de Zapata y Villa en Xochimilco, antes de entrar a la ciudad de México (ver Friedrich Katz, Pancho Villa, vol. 2, Ediciones Era, México 1998, p. 11.)…” Es la crónica enviada por León Canova, representante estadunidense para la reunión de Villa y Zapata en Xochimilco, a fines de 1914. Canova, hombre notable por su corrupción -según Katz-, lo era también por la calidad de sus despachos diplomáticos.
El despacho de Canova sobre la reunión en Xochimilco cuenta cómo Villa y Zapata, seguidos por “tres veintenas” de sus escoltas, subieron a un salón de la escuela municipal del pueblo, donde había sólo unas cuantas sillas. Los hombres se sentaron lado a lado, dice Canova, y entonces “pudo verse el marcado contraste entre ellos”. Villa era “alto, robusto, con unos noventa kilos de peso, tez casi tan roja como la de un alemán, tocado con un casco inglés, un grueso suéter café, pantalones color caqui, polainas y botas de montar… No llevaba ningún tipo de joya ni color alguno en sus prendas”. Un bárbaro del norte. Zapata en cambio tenía la “piel oscura”, el “rostro delgado” y era “mucho más bajo que Villa, con unos sesenta y cinco kilos de peso”. Estaban bajo techo pero Zapata no se había quitado el “gran sombrero que sombreaba sus ojos, de modo que no era posible distinguirlos”. Su atuendo: “Llevaba un saco negro, una gran pañoleta de seda azul claro anudada al cuello, una camisa de intenso color turquesa. Sacaba para limpiarse el sudor un pañuelo blanco con ribetes verdes y otro con todos los colores de las flores. Vestía pantalones de charro negros, muy ajustados, con botones de plata en la costura exterior de cada pierna”. Un dandy rural. Apenas sorprende que estos hombres no pudieran cambiar palabra durante media hora, tapiados en “un incómodo silencio”, dice Canova “como novios de pueblo”. Hasta que Zapata mandó traer una botella para hacer un brindis. ¿Pidió Zapata una botella de tequila? No. ¿Una de mezcal? Tampoco. ¿Un aguardiente de caña de Morelos? No. Emiliano Zapata, el hijo de los pueblos de Morelos, pidió una botella de coñac.

Los carrancistas no podían seguir tolerando la presencia amenazadora de Zapata. Y urdieron un plan para acabar con él. El general Jesús Guajardo y una unidad de soldados del ejército federal fueron los autores materiales del asesinato de Zapata. Para ganarse la confianza de Zapata, Guajardo fingió tener interés en sumarse a las filas del Ejército Libertador del Sur. Pero Guajardo actuaba en realidad bajo las órdenes del general Pablo González, hombre de confianza de Venustiano Carranza y autor intelectual del crimen. Como prueba de que ya no era fiel a Carranza, Guajardo fusiló a más de una decena de soldados federales que supuestamente había tomado prisioneros y entregó Zapata las armas. Después de esa falsa prueba de lealtad, Zapata y Guajardo acordaron una reunión para el 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca, donde se entregarían armas y municiones para los hombres de Zapata. Ingenuamente y a pesar de las advertencias que le hicieron sus amigos, Zapata acudió a la cita acompañado solamente por una escolta de diez hombres. En la hacienda, tiradores emboscados de Guajardo esperaron a que Zapara cruzara la puerta y descargaron sus armas sobre él. Lo acribillaron. Veinte balazos atravesaron su cuerpo. Después, el cadáver fue expuesto al público, hasta que sus compañeros lo retiraron para darle sepultura. Por supuesto, al igual que en el caso de otros caudillos populares, los rumores de que Zapata seguía vivo, y que el asesinado era un doble utilizado por el general en muchas ocasiones, o un inverosímil relato de su huida y posterior refugio en … ¡Arabia!, corrieron entre la gente común. Después de la muerte de Zapata, el movimiento continuó, aunque ya con menos intensidad, y los zapatistas se terminaron disgregando lentamente. Algunos se integrarían al gobierno federal, aunque otros serían asesinados por el mismo gobierno. Guajardo fue ascendido por Venustiano Carranza al grado de general de división, y recibió una recompensa de 50.000 pesos. Pero su suerte no duró demasiado. En 1920 participó en una revuelta contra el gobierno de Adolfo de la Huerta, y fue apresado y fusilado.
Los restos del más grande revolucionario de México fueron depositados en la ciudad de Cuautla, Morelos. Es el único que no está en el Monumento a la Revolución, en la ciudad de México.

Digresión 2:

La figura de Emiliano no podía permanecer al margen del negocio cinematográfico. Varias películas lo tuvieron como personaje, y vale la pena mencionar dos de ellas.

La primera es Viva Zapata!, de 1952, dirigida por Elia Kazan e interpretada por Marlon Brando, Anthony Quinn y Jean Peters. Kazan y el guionista John Steinbeck mostraban a un idealizado Zapata, pero al mismo tiempo mostraban la corrupción de los movimientos revolucionarios. Elia Kazan, que había sido miembro del Partido Comunista, prestó declaración ante el Comité de Actividades Norteamericanas del tristemente célebre senador McCarthy en 1952 (el año en que se estrenó su película) y delató a varios de sus ex compañeros. La película fue un éxito, y fue nominada a varios premios ese año.

La segunda fue la película Zapata, el sueño de un héroe, de 2004, interpretada por el cantante de rancheras Vicente Fernández (h) y la cantante y actriz mexicana Lucero. El director fue Vicente Arau, que reconoció que con ellos podría atraer a todos sus seguidores y lograr un éxito de taquilla. Fernández aprovecharía su experiencia como jinete (algo fundamental para el papel). Consciente de la responsabilidad que implicó representar este papel, Fernández se preparó para comprender la mística de «El Caudillo del Sur», y además de leer biografías de Emiliano, y tomó clases de náhuatl (idioma de los nativos mexicanos aztecas), pues en la cinta se incluyeron algunos pasajes en esa lengua. Sin embargo, esta película no obtuvo el éxito esperado.

Digresión 3:

El principal estudio sobre Zapata lo escribió un profesor estadounidense, John Womack Jr., de la Universidad de Harvard. Se titula “Zapata y la revolución mexicana” de 1969, editado en castellano por la editorial Siglo XXI de México.

Recientemente, se publicó también en México una Trayectoria póstuma de Emiliano Zapata, escrito por un investigador de la Universidad de Texas, que repasa los mecanismos por los cuales el estado mexicano ha querido apropiarse de la imagen y el mito de Zapata. Editorial Grano de sal, México 2020.

Digresión 4:

En agosto de 2020 se inauguró en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México una exposición de homenaje a Emiliano Zapata, que incluye una pintura que retrata al héroe en una pose afeminada montado desnudo en un caballo blanco, con sombrero de color rosa y botas de tacón alto que semejan revólveres, y envuelto en una cinta con los colores patrios. A pesar de las protestas de la familia Zapata y muchos ciudadanos y entidades, y de manifestantes enfurecidos que se agolpaban a las puertas del palacio, la exposición continuó con la pintura incluida y respaldada por la secretaría de Cultura del gobierno nacional.
Ver la imagen de esta obra después de la página siguiente blanca. Esto se debió a dificultades en el traslado de la imagen. Pido perdón por ello.

EMILIANO ZAPATA
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