19 al 21 de agosto de 1991: 29 años del golpe de estado en la URSS, y el camino hacia la desaparición del llamado “campo socialista”.
A comienzos de los ‘80 la descomposición de los países llamados “socialistas” era inocultable. Después del levantamiento obrero de Berlín en 1953, de los manifestantes que cargaban contra los tanques soviéticos en Hungría en 1956, y del intento sofocado de un “socialismo con rostro humano” en Checoeslovaquia en 1968, las tensiones internas del “campo socialista” eran indisimulables.
El 1 de julio de 1989, 25.000 alemanes orientales se agolparon frente a las embajadas de Alemania Federal en Praga y Budapest, buscando asilo temporal. Unos pocos cruzaron la frontera de Hungría con Austria sin que los guardias los detuvieran. En septiembre, los alemanes ya eran 60.000. El ministro de Relaciones Exteriores de Hungría, al ser interrogado por periodistas por la posición del gobierno si esas personas comenzaban a caminar hacia la frontera, contestó: “los dejaremos cruzar sin problemas y supongo que los austríacos los dejarán entrar”. Horas después de esta terrible “gaffe” del ministro, unos 22.000 alemanes se lanzaron hacia la frontera (v. Posguerra, de Tony Judt, editorial Taurus, Madrid 2006, p. 882). A partir de ese momento, las multitudes fueron incontenibles. Esos alemanes no querían un “socialismo reformado”, simplemente no querían el socialismo. El mundo había cambiado.
1985 Mijaíl Gorbachov, un joven abogado comunista que había egresado de una universidad pública y no de la escuela del Partido Comunista de la URSS, fue elegido secretario general del PCUS. Había tomado nota de la paulatina decadencia económica y social de la URSS, y propuso el programa conocido como perestroika (reestructuración), que buscaba convertir a la URSS en una economía de mercado y pasar de una economía planificada a una capitalista, con amplia autonomía local y una liberación de precios. Para enfrenar la reconocida corrupción del partido y del estado, proclamó la glásnost (transparencia), que se proponía liberalizar el sistema político y caminar hacia una pluralidad política. También, para escándalo de los conservadores del comunismo, se estipularon libertades para que los medios de comunicación tuvieran mayor confianza para criticar al gobierno.
1989 se abrió una grieta en el dique de la presa, y a diferencia de la leyenda holandesa no hubo ningún niño que pusiera el dedo en el agujero para detener la cascada. Era como una pandemia anticipada de coronavirus19 extendiéndose por esos países autodenominados socialistas. El muro de Berlín cayó, el Pacto de Varsovia se disolvió, se derrumbaron los gobiernos de la Alemania Democrática, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumanía y Albania. Años antes, Yugoslavia había sido excluída por Stalin en 1948, las tres república Bálticas (Lituania, Letonia y Estonia) se independizaron de la URSS sin aviso previo, Checoslovaquia se dividió, y Yugoslavia se partió en varios pedazos (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Servia-Montenegro y Macedonia), implosionando una cruenta guerra civil. Solamente China, Vietnam y Cuba persistieron en el socialismo a la soviética, aunque cada uno desarrolló después caminos diferentes.
A comienzos de 1990, la Unión Soviética se encontraba sumida en una profunda crisis económica sin precedentes, con caída de la producción, escasez de alimentos y corrupción extendida. La estúpida carrera armamentista en la que los soviéticos se habían embarcado para responder al programa del presidente estadounidense Ronald Reagan de la “Guerra de las Galaxias” había provocado una caída sin retorno. La perestroika fracasaba porque no existía una teoría o metodología académica de cómo un estado de economía planificada centralmente, podía pasar a convertirse en una economía de mercado libre. Se dislocó completamente todo el complejo industrial y agrícola de la Unión Soviética, el país virtualmente se paralizó, la inflación se desbocó y se disparó, y la tasa de pobreza se propagó, llegando a ser de 50% de la población rusa en 1993/1995, según cifras oficiales.
Solamente en un aspecto, en la política exterior y en la excelente recepción que Gorbachov lograba en sus varios viajes por distintos países, sostenían su imagen. El presidente ruso logró la suspensión de las pruebas nucleares y la reducción de armamento de EEUU y de la URSS. A cambio, Gorbachov retiró las tropas soviéticas de Afganistán y recibió en Moscú al presidente Reagan.
En un discurso de 1989, en plena desintegración del bloque comunista, Gorbachov dijo ante el consejo de Europa, que la URSS no obstaculizaría las reformas en Europa oriental, que “eran por completo asunto de los propios pueblos”. Una de las consecuencias de esta política de abstención frente a los sucesos que ocurrían allí, fue que la Unión Soviética comenzó a cobrar los precios del mercado mundial por sus exportaciones a los países del COMECON (el Mercado Común soviético), y como consecuencia la economía de estos países colapsó (el ejemplo más claro fue el de Cuba, que vivía de las subvenciones soviéticas). Como señala Tony Judt (op. cit., p. 909), “del mismo modo que Stalin había desarrollado los estados satélites, no porque le interesaran en sí mismos, sino para proteger su frontera occidental (…) Gorbachov los dejaba caer con el fin de preservar el comunismo en la propia Rusia”. Un error de cálculo, que le costaría el poder.
Digresión 1:
En 1990, Gorbachov por lo menos hacía autocrítica: “Al comenzar, no comprendimos la magnitud de los problemas a los que teníamos que enfrentarnos”.
Boris Yeltsin, poco después, en 1991, hacía estas etílicas reflexiones, acomodándose a la nueva realidad: “Nuestro país no ha tenido suerte. Se decidió aplicar sobre nosotros este experimento marxista. Al final demostramos que no hay lugar para esa idea, que no ha hecho más que apartarnos por la fuerza de la trayectoria adoptada por los países civilizados del mundo”. Es conveniente recordar que Yeltsin se afilió al PCUS en 1961, y renunció en 1991. Treinta años había vivido confundido por la experiencia marxista.
En 1990 Mijaíl Gorbachov recibió el premio Nobel de la Paz.
Del 19 al 21 de agosto de 1991 la «línea dura» del Partido (los apparatchikis nostálgicos, los temibles espías del KGB, sectores resentidos del ejército y personas que se aferraban al poder) protagonizaron un golpe de estado contra Gorbachov, buscando revertir su plan de reformas, que consideraban una maniobra para destruir el estado comunista. Hicieron prisionero a Gorbachov, mientras enfrentaban a los leales al secretario. Mientras la lucha interna se resolvía, los elementos conservadores asumieron el mando en medio de la acelerada descomposición del aparato político soviético. Ese fue el momento elegido por el oportunista Boris Yeltsin, mostrando cierta habilidad en la elección del momento, un hombre que había apoyado a Gorbachov, para ahora encabezar la oposición al golpe y separar la república Rusa, de la que era el presidente, de la Unión. Las demás repúblicas que formaban la URSS empezaron a proclamarse como independientes en forma sucesiva, sin que desde Moscú se pudiera impedir dicho proceso. Gorbachov fue liberado y regresó a Moscú. El golpe había durado tres días. Pero la oposición de Yeltsin a Gobachov durante los meses siguientes, fue absoluta. El 24 de diciembre de ese mismo año Gorbachov simplemente abandonó el poder y disolvió oficialmente a la Unión Soviética, en un sencillo acto de unos 60 minutos de duración. Yeltsin pudo entonces maniobrar dentro de la recién inventada Comunidad de Estados Independientes. En palabras del historiador marxista Eric Hobsbawm, “los últimos años de la Unión Soviética fueron una catástrofe a cámara lenta” (v. Historia del siglo XX, de. Crítica, Barcelona 1995, p. 487).
Digresión 2:
Antes del golpe de estado contra Gorbachov, Boris Yeltsin había empezado a tejer la maniobra para destituir al presidente. Como presidente de la Federación Rusa desconoció al gobierno central. Gorbachov convocó entonces a un referéndum para preguntar a los ciudadanos si querían mantener la unión dentro de la URSS. Más del 78% de los votos fueron por la afirmativa, Yeltisn contraatacó, convocando a los presidentes de las repúblicas de Bielorusia y Ucrania para formar una Comunidad de Estados Independientes, una especie de Commonwealth a la rusa, que en realidad era un ataque directo contra Gorbachov. Pronto 11 de las 15 repúblicas que formaban la URSS se adhirieron al Tratado de Belavezha, pergeñado por Yeltsin, en lo que era un verdadero golpe institucional contra Gorbachov.
Digresión 3:
Es mundialmente famosa la imagen de Yeltsin arengando a una multitud el 18 de agosto desde la torreta de un tanque, que traía reminicencias de Lenin en la estación Finlandia, que fue una escena bien montada. Parecía un defensor de la URSS, pero no lo era. En ese discurso dijo:
“Nosotros consideramos que tales métodos (los de los golpistas) a través del uso de la fuerza son inaceptables. Estos desacreditan a la unión ante los ojos del mundo entero, minando nuestro prestigio en la comunidad internacional, y llevándonos de nuevo a la era de la Guerra Fría y al aislamiento de nuestro país. Todas estas razones nos han obligado a proclamar que este levantamiento es ilegal.
Por consiguiente, proclamamos que todas las decisiones e instrucciones del comité del levantamiento sean ilegales. Hasta que estas demandas sean satisfechas, hacemos un llamamiento a una huelga general indefinida.»
Pero pocos días antes había echado leña a la hoguera de los golpistas, cuando el 20 de febrero de 1991 dijo en una entrevista:
“Discúlpenme, pero desde 1985 Gorbachov ha traicionado al pueblo, declaró el presidente ruso en su entrevista de cuarenta minutos, objeto de largas negociaciones con la televisión soviética. Asistimos hoy a una vuelta atrás y a tentativas de reanimar el sistema administrativo centralizado, opinó y añadió que con el pretexto de la perestroika Gorbachov se propuso conservar el sistema, conservar el poder hipercentralizado, no dar la autonomía a las repúblicas, en primer lugar a la de Rusia…En el carácter de Gorbachov, hay una veta de buscar el poder personal, dijo. Colocó al país al borde de la dictadura. Creo que debería dimitir inmediatamente.
Presentándose como independiente a las primeras elecciones en las que contienden varios partidos celebradas el 12 de junio de 1991, accedió a la presidencia de la República Federativa Rusa con el 57% de votos. Pero no pasó mucho tiempo hasta que su popularidad descendió al 2 o 3%. Sin embargo, ante la desorganización de la oposición democrática rusa, gobernó Rusia hasta 1999, cuando dejó el poder en manos del ex KGB, Vladimir Putin.
Una amarga reflexión final
La caída del Muro, el golpe contra Gobachov y la desaparición de la URSS y del “campo socialista” son todavía temas de estudio y de debate. Pero es seguro que el mundo cambió. La gente que huía de Alemania oriental primero, y los que se sublevaron contra los regímenes comunistas antes, creo que no querían convertir la URSS en Estados Unidos, o Francia o Alemania Federal. Me parece que lo que esa gente quería era convertirse en una “Europa”, y lo que ella representaba. No querían solamente un capitalismo salvaje, ni coca-colas ni pantalones jeans, como difundían los medios occidentales. O tal vez querían esas cosas, pero también querían una democracia social, junto con un estado de bienestar que protegiera sus servicios sociales gratuitos y sus alquileres baratos como los tenían en la época soviética. Por eso, salvo excepciones, los primeros gobiernos poscomunistas europeos fueron formados por partidos socialdemócratas o por gente independiente pero lúcida. Pero no tardaron en resurgir con más fuerza los nacionalismos y los nuevos autoritarismos, con las consecuencias que vemos hoy en muchos de estos países. En Rusia, por ejemplo, surgieron, como en una erupción, el autoritarismo del estado, la oligarquía mafiosa y la corrupción generalizada. ¿Fue esa la herencia de la Revolución de Octubre y de 70 años de socialismo? Lamentable, muy lamentable.