30 de abril de 2020: 511 aniversario del nacimiento de Nicolás Maquiavelo
Me molesta escuchar que cuando se habla mal de algo o de alguien, se diga peyorativamente que «es maquiavélico», o que si alguien que actúa con propósitos ocultos y aviesos sea calificado como «maquiavélico». Porque Maquiavelo no fue alguien que tuviera propósitos ocultos y deleznables, ni sus ideas al actuar en la política fueran repudiables y malignas. Se le atribuye una frase, utilizada en el lenguaje común: » el fin justifica los medios». Se puede buscar en sus libros y escritos y no se la hallará. Sí dijo «el resultado justifica la acción«, frase que no tiene nada de malo. Maquiavelo fue un maestro de la política, y se lo considera como el fundador de la filosofía política moderna. Y como maestro, dijo que durante su vida, ostentando poder o fuera de él, «me gustaría (a quienes ostentan el poder) enseñarles el camino del infierno para que se mantengan apartados de él». Hay quien sostiene que la política es la tarea más noble del ser humano. Mi mamá, epítome del sentido común, tratando de alejarme en mi juventud de la militancia política, me decía: «la política es sucia». Y yo le contestaba: «lo sucio son los políticos, no «la» política». Fue una aproximación a ciegas a algo que muchos años después me enseñó un maestro y amigo, José Aricó: hay que diferenciar entre «la» política y «lo» político. Hoy creo que Maquiavelo, que se manejó toda su vida entre la política y lo político, supo ver esa diferencia, y en sus textos nos enseña sobre lo que el gobernante debe hacer o lo que debe evitar, y sobre la corrupción de la democracia y las formas de preservarla.
Niccoló di Bernardo da Macchiavelli nació un 3 de mayo de 1469, en Florencia, Italia, en el seno de una familia noble empobrecida, pero culta. En pleno Renacimiento y en un lugar en el que las luchas políticas era el pan de cada día. Pensemos que en esos tiempos los gobernantes eran todavía los nobles y que los reyes y príncipes eran tales por derecho divino y que a nadie se le ocurría la idea de un voto universal. Era el final de la Edad Media y el comienzo de la Moderna. Florencia se vanagloriaba de ser una república pero era gobernada por un puñado de familias enriquecidas, con vínculos familiares con gobernantes de otras ciudades y con gran influencia del papado, pero igualmente se realizaban grandes asambleas populares para debatir los graves asuntos de estado. Italia no existía como nación, era un puñado de regiones, ducados, principados y condados que luchaban entre sí. Pero Florencia se consideraba una democracia porque gobernaba un consejo de notables (y no una sola persona). Y ciertamente era de lo más avanzado en esos tiempos.
Maquiavelo entró al servicio civil a los 29 años, cuando la poderosa familia de los Médici fueron desplazados del poder, y amparado por César Borgia, ejerció importantes cargos bajo la República durante 43 años. Inteligente como era, servía a sus superiores con prudencia y lealtad. Era lo que hoy llamaríamos un asesor político y analista, a quien se le encomendaba tareas administrativas y diplomáticas. Cuando los Médici volvieron al poder, desplazaron a Maquiavelo de sus cargos, lo encarcelaron y torturaron, aunque después lo indultaron. Pero tuvo que exiliarse, y se refugió en el campo, donde vivió hasta su muerte talando árboles y cultivando la tierra durante el día y leyendo y escribiendo sus estudios sobre política y sus obras literarias por las noches. Y aunque los Médici fueron nuevamente derrocados en 1512, Maquiavelo no volvió a ejercer ningún cargo, y murió poco después, por una peritonitis. Murió solo y olvidado. Tenía 58 años.
Para redactar sus grandes tratados políticos (El Príncipe, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, El Arte de la Guerra), estudió a los grandes personajes de su época (Maximiliano I de Alemania, el Papa Julio II, Fernando de Aragón II, llamado «el católico», que junto a su esposa Isabel de Castilla fueron los financistas de los viajes de Cristóbal Colón). Junto con otro notable intelectual de la época, Giovanni Botero, enunciaron la llamada «doctrina de la razón de estado«, una teoría que sirvió para que gobernantes de todos los tiempos, de entonces y de ahora, justificaran sus embates contra la democracia y las instituciones democráticas. Se trata, en resumen, de la afirmación de que la seguridad del estado es tan importante que los gobernantes se ven obligados, para garantizarla, a violar las normas esenciales cuando en condiciones normales no están en peligro. Obviamente, cualquier gobernante inescrupuloso puede invocar esta doctrina cuando su poder está en peligro. Pensemos en la actual pandemia de coronavirus, y en las voces que claman porque las medidas adoptadas para combatirlo restringen las garantías democráticas o la soberanía de las naciones.
Maquivelo era republicano, pero como asesor del príncipe (el gobernante) trató de adviertirle sobre los peligros del autoritarismo y la corrupción, y que en casos extremos debía tomar medidas estraordinarias. Su obra El Príncipe no es un libro para alabar al poder, sino para aprender a gobernar fuera del autoritarismo y la corrupción. Amaba Florencia y amaba la idea de una Italia unida, pero comprendía que la tarea de llegar a ese objetivo sería una tarea muy difícil. El héroe de El Príncipe es Moisés, un líder capaz de actos crueles para cumplir con su objetivo de liberar a los judíos de la esclavitud y de llevarlos a la tierra prometida. Moisés era lo que hoy llamaríamos un dictador, y nadie discute que eso no era lo que debía ser para cumplir su tarea. Pero cuando vislumbra la tierra prometida, se retira a morir solo en el desierto. Podemos pensar en otros ejemplos que ayudarían a pensar en el «maquiavelismo». Es el caso del ejército. Maquivelo apoyaba la creación de un ejército, pero de un ejército de ciudadanos, como lo fue la Guardia Nacional creada después de la Revolución Francesa. O en la institución de la dictadura de la república romana, cuando frente a situaciones graves se elegía a un dictator, que gobernaba durante un tiempo limitado y luego debía rendir cuentas al Senado. En resumen, en el pensamiento de Maquiavelo el gobernante podía desviarse del rumbo democrático para salvar al estado y proteger al pueblo, pero solo momentáneamente y con rendición de cuentas. Como decía: «un pueblo capaz de hacer lo que quiere no es sabio, pero un príncipe capaz de hacer lo que quiere está loco«.
Lo que trato no es de adherir a ninguna teoría autoritaria, sino explicar que en la evolución del pensamiento político, las ideas de Maquiavelo fueron avanzadas, aunque después muchas veces fueron tergiversadas o distorsionadas. cosa muy malar.