7 de julio de 2020: 160º aniversario de su nacimiento.

Por alguna razón que no puedo explicar, solamente comencé a apreciar la música de Mahler durante mi madurez. Tal vez porque la que había conocido hasta entonces no la comprendía muy bien, o simplemente por miedo o respeto. Creo que a la obra de Mahler, es decir su aceptación como uno de los músicos más importantes del siglo XX, le pasó lo mismo. El reconocimiento como compositor fue solamente parcial al comienzo de su carrera, hasta que en la madurez recibió el aplauso y la admiración que le correspondía.

Gustav Mahler nació en el seno de una humilde familia judía de habla alemana. Fue el 7 de julio de 1860, en la pequeña ciudad de Kalisté, en el reino de Bohemia, que era parte del imperio austro húngaro (y que hoy está dentro de la República Checa). Hijo del dueño de una destilería casera y una taberna. Su madre, en cambio, era de familia burguesa educada, de quien Mahler heredó un problema cardíaco que iría empeorando con el tiempo. Cuando tenía seis años, descubrió un viejo piano en el ático de la casa de su abuela. Empezó a estudiar música y a componer pequeñas piezas. A los diez años, dio su primer concierto. Desde muy joven mostró un carácter obsesivo y difícil, a la vez que una prodigiosa energía intelectual y una inflexible convicción interior, que lo llevaron a alcanzar las alturas en su carrera como conductor de orquesta y compositor. A los quince años su reconocido talento le allanó su entrada al conservatorio de Viena. De allí egresó con menciones y diplomas. Pero sus méritos como compositor no fueron igualmente valorados, por lo que se dedicó a la conducción orquestal, que le permitía un modo de vida más seguro.

Los siguientes 17 años trazaron una carrera ascendente, incluyendo importantes cargos en Budapest y Hungría, y culminando en la dirección artística de la Ópera de Viena en 1897, cuando tenía 37 años. Mientras tanto, componía sus tres primeras sinfonías en sus vacaciones veraniegas, con influencias de Wagner y Liszt, y que son más largas que lo habitual, e incluyen textos cantados por solistas y coros y música del folklore alemán. Para obtener el cargo en la ópera de la católica Viena, que no admitía a los funcionarios judíos, se convirtió al catolicismo en 1897. Con una vida estabilizada, se casó en 1902 con Alma Schindler (19 años menor que él), con la que tuvo dos hijas. En su cargo vienés, Mahler mostró nuevamente su energía y falta de consideración hacia quienes lo rodeaban. Esto le ganó numerosos enemigos, que trataron de provocar su desplazamiento. En los años posteriores compuso sus sinfonías 4 a la 8, además de presentarse en la Metropolitan Opera de New Yok y convertirse en el director de la Filarmónica de esa ciudad. Sus últimas composiciones fueron La Canción de la tierra, de 1908, la Sinfonía número 9, de 1910, y la número 10, que quedó inconclusa. No volvería a Viena sino hasta 1911, cuando murió a los 51 años de edad.

Como compositor, Mahler se centró en la composición de sinfonías y lied (canciones). Escribió diez sinfonías (la última quedó inacabada, como señalamos antes), cuatro de las cuales incluyen la voz humana, según el modelo beethoveniano. A partir de la Quinta, considerada la primera obra de madurez de Mahler, se aprecia en su música un sentido trágico, mucho más patente en la Sexta y en la Novena y en el lied titulado La canción de la Tierra, con letra de poemas traducidos del chino al alemán.

Al principio, comenzó dirigiendo orquestas sinfónicas y de cámara. En esta primera etapa como compositor sufrió una fuerte hostilidad hacia su música, tal vez por su origen judío y el fuerte antisemitismo en la Viena de la época. Además, el gusto musical del último de los imperios católicos del mundo, el austrohúngaro, que podía definirse como muy conservador. Mahler, sin embargo, abría las puertas a partituras chocantes, avasalladoras y con movimientos de duración impensable. Armonías disonantes, cromatismo a raudales, fanfarrias militares, melodías populares. No extrañó, entonces, que en 1907, separaran al poco comprensible Mahler de la dirección de la orquesta de Viena.

Digresión:

En 1902 Mahler se casó con Alma Schindler, de 22 años. Gustav era 19 años mayor, y por entonces era el importante director de la ópera de la corte. Ella lo admiraba, pero no a su música Él la adoraba, pero solo accedió a casarse con ella bajo la condición de que dejara la composición, en la que daba sus primeros pasos: «vivirás para mi música, no para la tuya», le dijo. Su relación duró nueve años, hasta la muerte de Gustav en 1911. Alma desgraciadamente destruyó parte de la correspondencia entre los dos, y reescribió o editó otra buena parte, publicada después de la muerte de Gustav en el libro “Memorias”.

El antisemitismo vienés que mencionamos llegó después al paroxismo cuando el nazismo se apoderó de Austria en 1938, que prohibió la difusión de la música de Mahler, entre otros, dada su doble condición de judío y de compositor moderno. Su música fue catalogada por el régimen nazi como “degenerada y moderna”.

Digresión:

Como ejemplo de la minuciosidad obsesiva del carácter de Mahler, vale la pena citar las revisiones que el compositor hizo de sus sinfonías. En la primera sinfonía, por ejemplo, estas revisiones tenían que ver principalmente con la orquestación, y todas ellas fueron hechas por el propio Mahler. Es decir, que escribió y reescribió la partitura de las 2 flautas, los dos oboes, los dos clarinetes, los 4 fagotes, las 4 trompas, la trompeta, del timbal, el arpa y todas las cuerdas. Pero el más serio de los cambios de la sinfonía tuvo que ver con el segundo movimiento que tituló Blumine, y aquí realizó una cirugía mayor, específicamente la amputación. No sólo cambió algunos de sus elementos sino que suprimió el movimiento por completo. Todavía formaba parte de la sinfonía en las interpretaciones de 1889, 1893 y 1894, pero después de la exclusión simplemente desapareció, sólo para ser descubierto en 1959 cuando una tal Sra. James M. Osborne compró la partitura original en una subasta en Londres. A pesar de la explicación dada por el anterior propietario del manuscrito, la verdadera historia de Blumine permanece nublada.

Digresión sobre la digresión:

El 6 de septiembre de 2019, según informó La Vanguardia de Barcelona, una computadora finalizó el primer movimiento inconcluso de la décima sinfonía, la última composición de Mahler antes de morir. La orquesta Bruckner de Linz, bajo la batuta de su director, Markus Poschner, interpretó el movimiento original, y luego hizo una breve pausa de unos segundos, durante los cuales se apagaron todas las luces y la sala quedó completamente a oscuras, hasta que volvió a tocar los seis minutos creados con la máquina. La computadora había sido programada por Ali Nikrang, un ingeniero electrónico con formación musical.

En el mes de julio de 1910, Gustav Mahler, pocos meses antes de morir y siendo una personalidad muy famosa en el mundo musical, se sintió golpeado por el destino. Muy angustiado, telegrafió a Sigmund Freud para someterse a un tratamiento psicoanalítico. Se encontraba en un estado de profunda ansiedad y no era para menos. Tres años antes había muerto Anna, su hija de cuatro años, había sido cesado como director de la Ópera de la Corte de Viena y le habían diagnosticado una grave afección cardíaca. A pesar de todo, aceptó hacerse cargo de la orquesta y la ópera de Nueva York y continuó dirigiendo y componiendo, incansable, poseído como estaba por un sentido de misión espiritual al servicio de su música. Además, en aquel verano de 1910, pocos meses antes de morir, supo que la que era su adorada esposa desde 1902, la bella y jovencísima Alma Schindler, tenía amores con Walter Gropius, un famoso arquitecto vienés creador de la escuela de Bahaus. Fue entonces cuando Mahler se dirigió a Freud pidiéndole su ayuda. Todavía dudó a la hora de emprender el viaje a la ciudad universitaria holandesa de Leyden donde se encontraba Freud de paso para un viaje a Italia. Era escéptico sobre la eficacia del psicoanálisis, pero quizá aceptó el consejo de su discípulo fiel, el director de orquesta Bruno Walter, otro paciente ocasional de Freud, a quien le curó unos sospechosos dolores en el brazo derecho recomendándole simplemente que pasara una temporada de descanso en Sicilia. El encuentro de los dos famosos tuvo lugar el día 27 de agosto y consistió en poco más que un largo paseo por las calles de Leyden. Poco se sabe, naturalmente, sobre la larga conversación. Muchos años después, Freud escribió a Theodor Reik, un psiquiatra de su escuela, que había admirado “la admirable capacidad de comprensión psicológica que tenía este hombre genial” y le informó del que había sido su diagnóstico apresurado: neurosis obsesiva derivada de un “complejo marial”. No sé si Freud se refería a la virgen María, o a la muerte de María, la hija de Mahler. Pero Freud creía haber logrado resultados importantes con su breve intervención. En efecto, Mahler volvió a Viena decidido a prestar más atención a Alma, a quien tenía prácticamente abandonada por su dedicación obsesiva a la música. Así consta en un poema que le escribió durante el viaje de vuelta y en apasionadas anotaciones que hizo en la partitura de la décima sinfonía, que estaba componiendo y nunca pudo acabar.

Digresión:

El fallecimiento de Mahler lo situó en la lista de compositores tocados por la denominada “maldición de la novena sinfonía”, una superstición en la que el propio Mahler creía. Desde Beethoven, ningún músico sobrevivió lo suficiente para componer en su totalidad una décima sinfonía hasta que el ruso Shostakovich en 1962. Entre uno y otro encontramos por ejemplo a Schubert, Bruckner y Dvorák.

Otra digresión:

Un comentario aparte se merece la esposa de Mahler, Alma, la frustrada compositora austriaca con quien tuvo a sus dos hijas. Fue musa de su marido, que la había retratado musicalmente en la quinta y sexta sinfonías. Esta mujer carismática y de personalidad arrolladora asumió, en un primer momento, el sacrificio de dedicarse a su matrimonio y ser lectora de pruebas de las obras de Mahler. Gustav no se interesaba por las composiciones de Alma, quien terminó enamorándose de Gropius, creador de la escuela de arquitectura y diseño Bauhaus. Con Gropius se repetiría su historia anterior. Se casaron y la hija de ambos moriría (a los 19 años, por una poliomielitis). Además, la que fue considerada por algunos como “la mujer más fascinante del siglo XX” engañó al arquitecto con otro notable: el poeta y novelista judío Franz Werfel. Con él huyó de la Alemania nazi hasta Nueva York, previo paso por España y Portugal. Werfel murió en 1945, y Alma se quedó en Estados Unidos. Para entonces, ya había tenido un affaire con el pintor Oscar Kokoshcka. Murió en 1964.

El hecho de que Alma Mahler odiase a Freud y lo considerara un idiota se debe no a las prevenciones de ella respecto al psicoanálisis sino a la furia que sintió cuando, ya muerto Mahler, Freud envió la factura de aquella célebre sesión.

La biografía más confiable de Mahler es la monumental escrita Henry-Louis La Grange, publicada en inglés por Oxford University Press y en francés por Fayard. Hay traducción al castellano por Editorial Akal. Otra biografía, escrita por el director de orquesta Bruno Walter, fue publicada en España por Alianza Música.

GUSTAV MAHLER
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